Alfonso Ussía

Asesorar

Se entiende que un Presidente del Gobierno cuente con un número estimable de asesores. Pero si son 245, no se entiende. Se admite que el defensor del Pueblo Vasco necesite ser asesorado por colaboradores que cubran sus desconocimientos. Pero si son 32, no se puede admitir. Se trata de poner dos ejemplos. En España, los políticos se dejan asesorar por más de veinte mil asesores, y el dato me preocupa. Cada día que pasa me apercibo con mayor claridad de mi nadería. Jamás he tenido un asesor. Bueno, tengo un asesor fiscal, pero a mi cargo, no al de los contribuyentes.

¿Qué es un asesor? Según la Real Academia Española, aquel que asiste, que ayuda a otro. Es decir, que la RAE se ha quedado corta en acepciones. Un asesor es el que ayuda y asiste a otro en asuntos que el otro no domina. Está claro que un Presidente del Gobierno no puede dominar todas las esquinas de la gobernación. Pero 245 esquinas se me antojan excesivas. Del mismo modo que un Defensor del Pueblo Vasco no está capacitado para defender como es su deseo a ese mismo pueblo vasco sin ayudantes que le asistan. Pero 32 son demasiados ayudantes. Y escribía que la RAE se ha quedado corta en sus acepciones, porque en España un asesor tiene más significados. Por ejemplo: Asesor: Enchufado. Asesor: Familiar del asesorado. Asesor: Amigo de toda la vida de la familia del asesorado que ignora lo que asesora pero percibe mensualmente una estimable cantidad de dinero por ignorar a qué se dedica. Y también me he quedado corto en las acepciones.

En el ámbito privado abundan asimismo los asesores. Una muestra. Cuando era niño e incluso joven, los banquillos en los campos de fútbol eran de muy reducida longitud. Ahí se sentaban el entrenador, el masajista, el portero suplente y pocos más. Ahora los jugadores convocados para sustituir a los alineados de principio, ocupan una segunda fila. Y en el banquillo se sientan el entrenador, el segundo entrenador, el entrenador de porteros, el entrenador físico, el médico, el ayudante del médico, el masajista, el que no hace nada y si queda un sitio en la primera fila, el tocador de balones. Pero son cargos asumidos por la iniciativa privada. Entre un buen tocador de balones y un mal tocador de balones median gloriosos y trágicos resultados.

En las listas electorales, y para no seguir engañando y sangrando económicamente a los contribuyentes, los candidatos harían bien en especificar entre paréntesis el número de asesores que precisarían en el caso de ser elegidos. De tal guisa, que el votante pudiera calcular lo que le va a costar en impuestos elegir a uno u otro. Es demagógico escribir que los asesores tienen que desaparecer. Son necesarios. Y muy útiles. Pero más necesarios y útiles si son muchísimos menos.

Hay asesores fundamentales y hay asesores que sólo sirven para ayudar a quitar los abrigos a los que visitan a los asesorados. Asesores de despacho y asesores de escaparate. Y existen políticos tan excesivamente asesorados, que se convierten irremediablemente en asesores. Por ejemplo, Mas, que cuenta con más asesores que el propio Presidente del Gobierno, es a su vez el asesor de la familia Pujol, y así les va a los Pujol, que no salen de una y ya están metidos en otra. Mas tiene aspecto de asesor y el remedio no pasa por acudir a una peluquería en pos de un cambio de imagen. El que nace asesor muere siéndolo. Y es muy bonito, pero ruinoso para los demás. Así que, a trabajar más y asesorarse sólo en lo imprescindible.