Alfonso Ussía

Atropellados

No he salido aún del estupor. En esta ocasión se ha superado en su descenso y recorrido por las cloacas. Ha hablado uno de los Obispos eméritos de San Sebastián. Uriarte. Se dirige con su habitual firmeza a los terroristas de la ETA. «Están obligados a pedir perdón por haber atropellado los derechos humanos de otros». Este hombre cuida y matiza mejor sus palabras y conceptos que sus perversidades. «Atropellado los derechos humanos de otros». Asesinar a mil inocentes es algo más que atropellar los derechos humanos. Asesinar a decenas de niños no es tan sólo atropellar los derechos humanos de otros, sino asesinar a decenas de niños. Disparar y destrozar las nucas de los que pasean por sus calles, explosionar a distancia bombas, secuestrar y torturar, herir sin límites cuerpos y ánimos, es más que atropellar los derechos humanos de otros. Pero no acaban aquí las sutiles palabras del pastor emérito. «También el Estado está obligado a pedir perdón por los excesos de las Fuerzas del Orden en su respuesta».

Y por supuesto, faltaría más, «el diálogo ayudaría a solucionar el problema, pero el Gobierno no lo quiere».

Quien así se ha manifestado no es un terrorista con veinte asesinados a sus espaldas. Es un Obispo. Retirado, pero Obispo. Un hombre supuestamente entregado a Dios. Lleva una cruz sobre el pecho. Y nos reclama que pidamos perdón a los terroristas por haber permitido que las Fuerzas del Orden, la Guardia Civil y la Policía, hayan osado combatir y perseguir a los criminales. Caen los brazos sin vida de las niñas asesinadas en brazos de sus padres, y sus padres están obligados a pedir perdón a quienes terminaron con la luz y la esperanza y el futuro de sus hijas. Al nauseabundo Obispo emérito no se le ha pasado por la cabeza analizar que en un Estado de Derecho el terrorismo es perseguido hasta las últimas consecuencias. Como cualquier delito. El nauseabundo Obispo emérito no se ha detenido a pensar, que después de mil asesinados, diez mil heridos, tres mil familias destrozadas y un rosario interminable de distancias y humillaciones experimentadas por las víctimas del terrorismo, en España no se ha recurrido a la venganza. La venganza es pecado mortal, señor obispo, y en el «Estado» nadie se ha vengado de los crímenes de sus terroristas amados. Qué uso demoníaco y malvado de los trucos del lenguaje. Qué capacidad de odio y venganza en quien tiene el deber de expandir el amor y el perdón. El perdón justo y cristiano, que nada tiene que ver con la humillación a las víctimas y el abrazo entusiasta a los asesinos. El deleznable Obispo emérito no tiene quien le responda en la Iglesia ni lo ponga en su sitio. Los que se han limitado a «atropellar los derechos humanos de otros», hoy se sienten atropellados, y su Obispo en la reserva se ha situado a su lado. Se hace añicos el cuerpo de un niño que sube a su autobús para ir al colegio, y el señor Obispo regaña severamente a quien ha explosionado la bomba: «Hijo, no atropelles los derechos humanos de otros». Es secuestrado un inocente, atormentado en su soledad y torturado en su indefensión, y cuando recibe el impacto de la bala en su nuca, el señor Obispo amonesta al criminal: «No atropelles, muchacho, no atropelles». Son perseguidos, detenidos, juzgados y sentenciados, de acuerdo a las leyes de un Estado de Derecho los terroristas, y el Estado de Derecho está obligado a pedirles perdón por haberlos capturado «gracias a los excesos de las Fuerzas del Orden». Rezo en vascuence, señor Obispo. Mi padre me enseñó a hacerlo. «El Gure Aitá». Canto a la Virgen en vascuence con el «Agur Jesusen Ama». Soy católico, apostólico, romano y practicante. Que le den al señor Obispo por donde más le apetezca.