Cástor Díaz Barrado

Bancarrota en Islandia

Hace unos años, en el comienzo de la crisis, estalló la «burbuja bancaria» en Islandia y fue uno de los primeros estados europeos en los que se dejaron sentir, con mayor virulencia y profundidad, todos los efectos de la crisis. Lo que aconteció en este estado puso de manifiesto los problemas que se generaban por mantener un equivocado sistema bancario y cómo el conjunto de Europa se enfrentaba, en realidad, a una crisis fundamentalmente financiera. El endeudamiento de las familias fue brutal y todavía resulta difícil, hoy, para los islandeses pagar sus deudas. Los partidos políticos que entonces ostentaban el poder fueron desalojados del Gobierno y otros partidos, a la izquierda, asumieron, la tarea de restablecer la situación económica en la isla. La población islandesa se movilizó ante la situación de verdadera bancarrota y buscó el modo de ir superando, progresivamente, la situación económica en la que se encontraba. Sin embargo, las elecciones de este fin de semana han deparado un resultado quizá sorprendente. El Partido Progresista y el Partido de la Independencia han logrado llegar al 50% y podrán gobernar de nuevo en Islandia. Aquellos partidos que estaban en el poder en el estallido de la crisis y a los que se le asignaba la responsabilidad, han obtenido el beneplácito de los islandeses. No parece suficiente para la población que se enderecen las cifras de la economía de un país y que mejore sustancialmente su economía. No parece que se valore políticamente que Islandia entre, con garantías, en el camino de la recuperación. El desempleo se ha reducido significativamente en Islandia en estos años del gobierno de izquierda y verdes y el país ha llegado a experimentar un crecimiento por encima del 1.5%. Por si fuera poco, se ha llevado a cabo una política de exigencia de responsabilidad política por la crisis que no se ha dado en otros países de Europa. Pero la política y la economía no tienen por qué caminar en la misma dirección. Claro que hay razones que explican el desapego a las posiciones políticas de quienes han evitado el colapso en Islandia. En el fondo, las decisiones de la población incorporan, también, componentes de percepción. La visión de los islandeses no coincide con la perspectiva de buena parte de los países de Europa. En Islandia todos los partidos políticos habrán tomado buena nota. En democracia es muy difícil gobernar sin tener en cuenta las percepciones de la población y menos cuando se trata de una ciudadanía tan activa como la islandesa.