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Bases de la recuperación

Hace pocas jornadas que estamos transitando este nuevo año, y creo no equivocarme si digo que lo estamos haciendo con la sensación general de «estrenar» unas esperanzas de recuperación general que creíamos olvidadas desde hace ya unos cuantos años. Y eso ya de por sí es suficientemente significativo de un estado de ánimo social que, aún consciente de que las dificultades van a prolongarse todavía en el tiempo, refleja síntomas de que los grandes esfuerzos que está realizando la sociedad española pueden empezar a atenuarse progresivamente durante este 2014.

También podemos afirmar sin temor a errar demasiado que el moderado optimismo con el que afrontamos la llegada del nuevo año ha sido directamente proporcional a las ansias generalizadas de dejar atrás 2013. Es evidente que el año pasado no nos dejó motivos inmediatos de satisfacción sobre la salida de la crisis. La situación de miles de empresas ha sido agónica –cuando no de desaparición– y las cifras de compatriotas sin trabajo han continuado siendo lacerantes.

Pero, aunque pueda ser contradictorio con lo anteriormente dicho, quisiera romper una lanza en favor de un «año maldito» como 2013. Como sucede en muchos casos, el paso del tiempo nos permite analizar con mayor perspectiva y ecuanimidad los acontecimientos pasados y sus repercusiones a medio y, sobre todo, largo plazo. Algo que en nuestro país nos cuesta realizar con mucha frecuencia.

Cierto es que al trabajador que ha perdido su puesto de trabajo o al empresario que ha tenido que echar el cierre a su empresa durante 2013 decirles que el año pasado puede marcar un antes y un después en la salida de la crisis no va a servirles de consuelo. No lo pretendo, ni muchísimo menos. Pero lo cierto es que durante el último trimestre del año que hemos dejado atrás, los síntomas de recuperación de actividad económica han sido constantes, las cifras de paro han mejorado y las proyecciones para este año siguen apuntando prudentemente en la misma dirección.

Debemos preguntarnos entonces qué ha sucedido para que eso sea así. La respuesta debemos encontrarla en el proceso de reformas estructurales que era imprescindible haber iniciado hace ya algunos años y que, finalmente, el actual Gobierno de la nación adoptó como agenda imprescindible. Los empresarios llevábamos ya algunos años reclamando esas reformas profundas y proponiendo alternativas que permitieran sentar las bases para la salida de la dramática crisis en la que España quedó sumergida hace más de un lustro.

Con la amenaza de un rescate pendiendo sobre nuestro país, afrontar a la vez la imprescindible reducción del déficit público de las distintas administraciones –exigencia que debemos mantener– con la reforma de nuestro sistema financiero, la de nuestro anacrónico marco de relaciones laborales, o la racionalización de los ejes de nuestro Estado del Bienestar para hacerlo sostenible en el medio y largo plazo, hay que decir que no era –ni es– tarea sencilla. Pero lo cierto es que hay que señalar que las bases para la recuperación parecen establecidas. Como también es verdad que queda mucho por hacer.

La reforma fiscal anunciada por el Gobierno debería apuntar hacia la necesaria rebaja de impuestos que tan buenos resultados globales está dando, por ejemplo, en la economía madrileña. Una presión impositiva estatal como la actual ahoga la capacidad de familias y empresas para salir adelante, más aún cuando el crédito sigue sin fluir desde las entidades financieras a quienes son las auténticas generadoras de actividad económica y empleo.

También es oportuno, a nuestro juicio, que la reforma laboral en vigor fuera modificada en aquellos aspectos, por ejemplo, que todavía siguen favoreciendo la excesiva judicialización de los conflictos. Y afrontar decididamente, recurriendo a las palabras del presidente del Gobierno, el debate sobre una Ley de Servicios Mínimos en casos de huelgas que afecten a servicios esenciales o incluso el de una Ley de Huelga. La Confederación de Empresarios de Madrid (CEIM-CEOE) tiene propuestas para ambos casos que hacen compatible el derecho constitucional a la huelga con el respeto a los derechos de todos los ciudadanos a a ejercerlo o no libremente y a no ver perjudicada su actividad habitual.

Garantizar la imprescindible unidad de mercado o hacer realidad la simplificación de las fórmulas de contratación, por ejemplo, también contribuirá a afianzar la confianza empresarial para apuntalar nuestras nuevas estructuras económicas que nos permitan ser más competitivos en un mundo económico global cada vez más exigente. Debo señalar en este punto que los empresarios seguiremos haciendo un llamamiento al diálogo social, al entendimiento con los representantes de los trabajadores. Los tiempos cambian, los modelos que durante muchos años han sido válidos se demuestran en este momento ya anacrónicos para una sociedad como la española que necesita equipararse a lo que hace tiempo funciona en otros países de nuestro entorno. Y a eso debemos tender las organizaciones empresariales, y me atrevo a decir sin ánimo de injerencia que también las sindicales.

La sociedad española requiere un cambio de mentalidad en muchísimos aspectos de nuestro acontecer diario, en nuestros esquemas de funcionamiento. Probablemente ese cambio ya se ha empezado a producir durante el año que hemos dejado atrás. Y quizás ésa sea la mejor herencia que habrá que poner en el haber de 2013 cuando lo juzguemos con la perspectiva que da el paso del tiempo.