Alfonso Ussía
Botas negras
El primer futbolista del Real Madrid que renunció a las tradicionales botas negras fue Óscar «Pinino» Mas, un fichaje equivocado que se incorporó el mismo año que Netzer. «Pinino» rompía el balón del mismo modo que había roto con creces el límite de la edad para jugar al fútbol. Saltó al glorioso verde del Bernabéu con unas botas color lapizlázuli de muy complicada asimilación estética. El segundo, decenios más tarde, fue Alfonso Pérez, aquel jugador de Getafe que se retiró cuando todavía era una una promesa con treinta tacos cumplidos. Se hizo en el Real Madrid, saltó al Betis y de Sevilla marchó al «Barça». El estadio del Getafe lleva su nombre. Jugaba con botas blancas que parecían zapatillas playeras, y se regateaba con ellas a sí mismo. El mundo del fútbol privilegiado ha sido colonizado por las marcas deportivas. El Real Madrid, por ejemplo, no puede renunciar a las tres horribles rayas de Adidas. En Adidas se organizó en su momento un concurso de diseñadores horteras y contrataron a los tres primeros clasificados. Por desgracia, los colonizadores del «Barça» –Nike–, tienen mucho mejor gusto.
Pero así como la equipación es competencia de cada club, las botas van por libre. Cada futbolista contrata su marca preferida, por dinero, comodidad y gusto. Y son terribles. Naranjas, amarillas, tornasoladas, con reflejos multicolores, lilas y demás extravagancias. Aquel fútbol de machos calzados con botas negras ha quedado en la memoria de los tiempos gloriosos –me refiero al Real Madrid–, de la «Quinta del Buitre». Llegó Alfonso con sus playeras y se fornicó la estética. ¿Se figuran a Hugo Sánchez con botitas rosas?
Los madridistas tenemos mucho que agradecerle a Cristiano Ronaldo. Además del mejor futbolista del mundo es el más profesional del mundo. Y este año, nuestra gratitud puede extenderse por su intento de recuperar la estética gloriosa, la de siempre, la del futbolista con botas negras. Prueba de su acierto es que sólo en el Campeonato Nacional de Liga –conviene recordar su denominación al Fútbol Club Barcelona–, ha metido veinte goles en doce partidos, sin contar los de la Copa de Europa o «Chapionlí», como se dice por nuestro maravilloso sur. Cristiano no lleva esas botas negras por amor al arte. Le habrán pagado un buen pellizco por calzarlas, pero corresponde a su criterio y decisión el haberlas elegido. Como escribió el gran Jardiel Poncela en una carta a Miguel Mihura en la que le afeaba una cierta predisposición a plagiarlo, «todo, Miguel, tiene un límite, hasta la provincia de Badajoz».
La fealdad de las botas de los futbolistas ha superado ese límite con holgura, y bueno sería que los futbolistas elegidos siguieran el ejemplo de Cristiano Ronaldo desde la próxima temporada. Ese Kroos con botas negras será aún más elegante y mejor jugador –casi imposible–, de lo que es ahora. Y Benzemá, y Bale, y Varane, y el propio Isco, que cuando se mueve parece que serpentea un naranjo. No confío mucho en el gusto de Sergio Ramos, pero al sentirse rodeado de genios con las botas negras, es de esperar que renuncie a los colorines en las extremidades queseras.
No propongo el retorno a la antigüedad, sino al clasicismo. Lo clásico nada tiene que ver con la añoranza. Es clásico porque sobrevive, porque es bueno, porque no cansa. Un futbolista con botas negras produce más respeto al adversario que si las lleva violetas con tacos carmesíes.
La estética del señorío no puede estar sometida al mal gusto de los diseñadores delincuentes. Delincuentes por lo que diseñan, séame entendida la intención. De ahí mi homenaje a Cristiano Ronaldo, que ha vuelto a traer al Real Madrid el paisaje glorioso del futbolista de siempre.
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