Terrorismo yihadista
Burkini
El uso del denominado Burkini en las playas de Francia ha centrado una de las polémicas más intensas de este verano. Muchos alcaldes de ciudades de la costa francesa han decretado la prohibición de esta vestimenta en las playas por entender que atentaban al Orden Público. La imagen de unos policías conminando a una mujer a cumplir con esta norma ha sido criticada por considerar que se trataba de una medida abusiva y atentatoria contra la libertad individual. El fallo posterior del Consejo de Estado francés suspendiendo dichos decretos por considerarlos no ajustados a la ley ha sido rápidamente celebrada por el denominado «comunitarismo islamista» y la izquierda autodenominada progresista, considerándolo un triunfo de la libertad y el Estado de Derecho.
Si la cuestión fuera la mera defensa de la libertad individual nadie estaría en contra del uso de cualquier vestimenta que no faltara al respeto a los demás alterando el orden público. Y por supuesto no hubiera provocado la polémica que se ha generado ni la división interna dentro de la izquierda, algunos de cuyos miembros han tratado de presentarlo como un conflicto alimentado por la derecha. El propio primer ministro Vals apoya la decisión de los alcaldes, y muchos de ellos entienden que el fallo también lo hace por cuanto detrás del uso de esta prenda no está una cuestión de libertad individual sino la imposición de una ideología totalitaria y oscurantista que considera a la mujer un ser inferior.
La presentación del fallo del Consejo de Estado francés como una victoria por parte de los líderes del integrismo islámico y de esa izquierda condescendiente con sus imposiciones pone de relieve cómo para el radicalismo islamista el uso del burkini viene a sumarse a otras imposiciones por parte de éste como el uso obligado del velo y la estigmatización de aquellas mujeres musulmanas que libremente no lo usan, sin que ninguno de estos progresistas salga en defensa de éstas cuando son perseguidas o recriminadas por ello.
Una vez más estamos ante el uso torticero de nuestro Estado de Derecho y nuestras libertades por los islamistas disfrazados de progresistas con el apoyo de los que así se denominan en la izquierda, para ir imponiendo su pensamiento, su doctrina y su ley en nuestras sociedades, convirtiendo nuestros derechos y su garantía en nuestra mayor debilidad si seguimos transigiendo como hemos hecho hasta ahora.
Ningún país europeo está al margen de esta situación como hemos comprobado con los atentados terroristas que hemos sufrido y con los problemas derivados de una inmigración desbordante y no integrada en segunda y tercera generación. Y de ahí el florecimiento de muchos populismos que denuncian con fuerza la situación ante el temor creciente de los ciudadanos europeos.
Los musulmanes son ya un tercio de la población mundial y se prevé que en 2050 el 10% de los europeos sean musulmanes. En España hay ya casi 1.900.000 islamistas y su número crece cada año. No podemos seguir cerrando los ojos a la realidad ni seguir consintiendo que se aprovechen de nuestras fortalezas para hacernos más débiles. La libertad es un derecho fundamental que no queremos perder dejando que la utilicen aquellos que la rechazan para imponernos sus limitaciones y sus desigualdades. Debemos exigir la aplicación del principio de reciprocidad en nuestras relaciones con esos Estados que amparan el islamismo radical e integrista para que podamos vestir, comer, conducir, informarnos, opinar, practicar nuestra religión, con plena libertad e igualdad y sin ninguna discriminación en esos países. Cuanto más tardemos en exigirlo y en evitar la utilización torticera por su parte de nuestros derechos, más en riesgo pondremos nuestra sociedad y nuestro modelo de convivencia, y más difícil y costoso será recuperarlo.
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