María José Navarro

Cardenal

Miguel Cardenal, tipo al que tengo por sensato y con ganas de hacer las cosas bien, sigue a estas horas dentro del jardín en el que se metió el otro día con su artículo sobre el Barça, intentando buscar la salida, brújula y mapita en mano. Hoy por hoy, el jardín ha ganado en frondosidad y ha pasado de ser la modesta praderita con setos de boj que plantó con sus propias manitas de brico-jardinero bilbaíno (de esos de programa de la tele) a una espesa jungla tropical en la que abunda el ficus gigante, la liana trepadora y la cacatúa habladora de más. A estas alturas, entre el griterío del mono mesetario aullador y el rugido del jaguar con barretina, ya no hay forma de saber qué quiso decir en el fondo el bueno de Cardenal. Para algunos, intentó echar un cable patriótico a la maltrecha imagen del Barça en aras de defender la Marca España, ese ente que se aparece cada primer viernes de mes entre vapores de incienso y lamento de cadenas, como la Santa Compaña. Para otros, quiso meter las narices en la labor de los jueces, intentando influir en un proceso judicial abierto, eso tan feo que intenta hacer casi todo el mundo, jardinero o no. Algún avezado analista entrevé un guiño a la masa nacionalista culé, en la esperanza de que el Gobierno le parezca más humano, menos malo como decía María Jiménez. Lo único que le ha quedado claro a Cardenal a estas alturas es que nunca más, Maitexu mía, nunca más. Paciencia, Sr. Secretario de Estado, que ya se sabe que por estos pagos, haga lo que haga Vd acabará todo el mundo ofendido. Pura Marca España, ¿no?