Antonio Cañizares
Carta a los Reyes Magos
Queridos Magos de Oriente: Igual que cuando era niño –es bueno ser niño, siempre deberíamos serlo un poco, ¿verdad?–, en estos días me dirijo a vosotros para pediros algo. Me decían de pequeño que no hay que ser avaricioso y no pedir mucho; al final acabábamos pidiendo una lista interminable de cosas. Me decían también que la carta debería ser un secreto; que sólo vosotros habíais de conocerlo; pero al final, y al principio, siempre lo revelábamos; por eso doy a conocer ahora esta carta, escrita anteayer.
Os pido que traigáis lo que, para mí, y en sí mismo es, lo más importante y el mayor tesoro, aquello que el Papa San Juan Pablo II pedía para toda España al pisar por primera vez nuestra tierra: «Que sepa recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por un profundo amor al hermano. Para sacar de ahí fuerza renovada que nos haga infatigables creadores de diálogo y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral del pueblo».
Que se fortalezcan la fe y el testimonio de todos los fieles cristianos, y que los que están alejados o viven con una fe debilitada o sin fe crean: porque no da lo mismo creer que no creer para el futuro y el logro del hombre y de la Humanidad. ¿No os parece, queridos Magos de Oriente, que si creyésemos más hondamente nos acercaríamos más al hombre, a todo hombre sea cual sea su condición, sobre todo al caído, despojado, orillado y maltrecho, como el Buen samaritano, el Hijo de Dios, por el que vosotros os pusisteis en camino?
Os pido, escuchando el clamor de mi pueblo, que nos traigáis para toda España, y en toda las partes, la superación clara y consolidada del paro tan lacerante que todavía subsiste. Hay mejores perspectivas, parece, que el año pasado, pero son todavía muchísimos, demasiados, los que carecen de empleo digno y estable, tantos padres de familia que no pueden cuidar de sus familias por carecer del trabajo, que es un derecho para vivir con la dignidad que corresponde a todo hombre; son muchos los jóvenes con la edad y preparación adecuada que no han tenido acceso a un puesto de trabajo y tienen que emigrar a otros países en busca de algo tan vital o quedarse en sus casas desanimados y sin aliento. ¡Cuántos dramas, cuántas consecuencias lamentables se derivan de todo ello! Traednos a la Iglesia, a los cristianos, luz y audacia para contribuir con medidas imaginativas y creadoras a la superación de este terrible mal.
No sois ajenos –y menos ajeno es a Quien vais a adorar, el Niño Jesús, guiados por una estrella guiadora en vuestras búsquedas– a cómo España, mi patria, está atravesando un momento difícil, pero abierto a la esperanza, y necesitamos que nos traigáis unidad para buscar, encontrar y ponernos manos a la obra juntos en cuanto se refiere al bien común. Que este bien común guíe a partidos políticos, responsables del gobierno y de las instituciones, comunidades autónomas, pueblos e Iglesia, a todos. Este año, parece que van a ser elecciones municipales, autonómicas, nacionales: ¡ayúdanos a encontrar las soluciones, las respuestas y los caminos que nos conduzcan a una convivencia pacífica, solidaria, con atención prioritaria a los más pobres, a los que sufren, a cuanto contribuya al bien de las personas, inseparable de las familias! Este bien común y bien de la persona pasa por la defensa de la vida y la superación de esa terrible esclavitud –aún persiste la esclavitud humana– que es manipular, instrumentalizar, hasta eliminar a inocentes que ni siquiera han nacido. Traednos personas que en la cosa pública quieran y sepan legislar en este campo tan delicado.
Os pido para cuantos formamos la Iglesia que, permaneciendo firmes en la unidad en la misma fe y robustecida por el amor mutuo, se nos quiten los complejos y los miedos de aparecer como cristianos, que se nos note que lo somos y que, sin temor, salgamos a donde están los hombres y se juega su suerte y su futuro para allí anunciar y hacer presente, en obras y palabras, el Evangelio de Jesucristo, que es fuerza de salvación y fuente de esperanza y de humanización verdadera. Que vivamos de verdad las exigencias del Evangelio para contribuir decididamente a la renovación de la sociedad, a la creación de una nueva cultura de la vida y de la fraternidad y de una nueva civilización del amor. Que sea nuestra Iglesia una Iglesia de los pobres como tan vigorosamente nos está diciendo el Señor a través del Papa Francisco. Que se dé, en suma, una revitalización y trabazón cristiana de nuestras comunidades para hacer posible un nuevo tejido de nuestra sociedad.
Y para todo esto, traedme fuerza, aliento y esperanza para que yo mismo lo haga muy operativo en la diócesis de Valencia. Y, por eso, os pido que me traigáis fuerza e imaginación creativa y, sobre todo, fuerza interior, espiritualidad profunda cuajada en largas horas de oración, siguiendo a Santa Teresa de Jesús, mi maestra, en este año del V Centenario de su nacimiento.
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