Historia

Alfonso Ussía

Cenizo

La Razón
La RazónLa Razón

El Gran Timonel ha decidido poner orden en Madrid y se dispone a encomendarle la responsabilidad política en la Capital de España a su general de bolsillo, Julio Rodríguez. El general Rodríguez, ya lo ha demostrado en un par de ocasiones electorales, es un cenizo. No he escrito que sea un ceporro, sino un cenizo, un gafe. En Zaragoza no consiguió su escaño, y en Almería se dio un batacazo. Por ello, el Dueño de los Anocheceres le va a ofrecer Madrid. Sin consultar a nadie, porque el Titán de las Doncellas cada día que pasa es menos partidario de consultar. Lo he comentado con muchos amigos y residentes en Madrid y todos están entusiasmados con la noticia. Podemos ha adelgazado mucho, y con el general Rodríguez en Madrid puede desaparecer. Por lo tanto, la novedad resulta reconfortante.

El general Rodríguez que es persona afable y poco amiga de la ironía, está a tiempo de no protagonizar su tercer ridículo consecutivo. Por mucho y bien que intente convencerlo el Prestante Garañón de las Sueltas Crines, no le vendría mal una profunda reflexión y sincera meditación antes de aceptar su nuevo cometido. La gafancia es invulnerable. Mi fallecido amigo Romualdo de Fraisolí, casó con bellísima mujer de La Antilla. Ofreció en su boda un «cocktail» de mariscos. Eran más de quinientos invitados, y el único intoxicado fue él. Pasó su primera noche de casado en un hospital de Huelva, y su bella esposa, para no extremar las alarmas, permaneció en el festejo bailando hasta el amanecer. En uno de los bailes, conoció al Cónsul de Tailandia en Huelva, y quedó prendada del diplomático oriental. Se escapó con el Cónsul a la finca que la familia de éste tiene en el nordeste tailandés, Grummipol, que significa «Tierra de elefantes», y ahí sigue, la muy fresca. Mi pobre amigo, repuesto de la intoxicación se encontró de golpe sin dinero –la factura fue de órdago–, sin prestigio y sin mujer. Era cenizo. Puso fin a su vida de manera brutal, que me permito omitir por si este artículo lo lee algún niño.

Anneka Transgovadottir también era ceniza. Consiguió, en espectacular fiesta celebrada en Keflavik, el título de «Miss Islandia». Le impusieron la corona y la banda, y ella zollipaba de felicidad. De retorno a su casa de campo en Zingbujj, la rueda anterior derecha del coche pinchó. No llevaba gato. Pasó por allí un camión, que tampoco llevaba gato. Finalmente un coche de la Policía Municipal de Zingbujj, también sin gato. Finalmente, el industrial ballenero Olaf Brodipor, que sí portaba un gato en el maletero de su coche. Pero ya era tarde. Anneka había fallecido de una neumonía triple. La neumonía triple no tiene remisión ni tratamiento. Y no detallo los pormenores de la agonía, por si algún niño, aprovechando un descuido de sus padres, lee este artículo. Era ceniza.

Recuerdo, una vez más, las cuatro categorías de gafes o cenizos admitidas por la Ciencia internacional. Gafe, contragafe, sotanillo y manzanoide. El más peligroso es el sotanillo. Puigdemont es manzanoide, en tanto que Junqueras es sotanillo. El general Rodríguez se mueve en la frontera de uno y otro, lo que la Ciencia ha definido como «manzanillo», que es gafancia peligrosísima, no para el prójimo sino para sí mismo. El sotanillo y el manzanoide pueden terminar con las ilusiones de decenas de miles de tontos mal adiestrados, pero el manzanillo apenas cuenta con capacidad de repercutir con perversidad en la infelicidad de la gente. Se conforma con la autodestrucción de su yo, siempre influido por un forajido entregado al engaño. El Gran Timonel.

El capitán Richard Greaves, con su casaca carmesí, fue informado en Ulundi por el sargento Richmond de la presencia en el monte Kakú de siete zulúes. –Vaya a contarlos de nuevo, sargento–. El sargento se asomó al valle y retornó a la carrera. –Ahora son cien, mi capitán-. –Vamos, a por ellos–. Cuando el pelotón culminó el ascenso al monte Kukú, se habían reunido doscientos mil zulúes. El capitán, de madre española, –Su segundo apellido era Forcadell–, adoptó una decisión inteligente. –Creo que nos van a atacar. Por ello nos vamos a defender con heroísmo, sin dar un paso atrás, pero simbólicamente. ¡Maricón el último!–. Y salvaron el pellejo, aunque su prestigio quedó en la soterra para siempre. En Londres lo expulsaron de sus Clubes. Era cenizo.

Tengo para mí que este escrito no va a servir para nada. El general Rodríguez, influido por el que no consulta a las bases, se va a meter en un lío de los gordos. Su tercer fracaso. Yo, de ser Vuecencia, me lo pensaría mejor. Vuecencia es un cenizo.