Alfonso Merlos

Certamen de algaradas

No es de recibo. Hay que denunciarlo. Porque se están rebasando peligrosas líneas rojas. Y porque estamos ante algo más que un interminable homenaje a la inutilidad. No puede ser que mientras son legión los ciudadanos que se desloman cada día para sacar adelante sus familias y levantar España, tengamos a un puñado de zánganos enredando, de algarada en algarada.

El derecho a la manifestación tiene que ser especialmente protegido, ¡claro que sí! Y el ejercicio de la crítica al poder debe ser continuo, ¡sólo faltaba! Pero una cosa es el marcaje estrechísimo y superdemocrático al Gobierno y otra diferente la toma del asfalto, día sí día también, para pegar voces y esforzarse en la estridencia, el insulto y la destrucción al tiempo que se instiga a una revuelta callejera de hoja perenne.

Ya sabemos que los sindicatos salen a defender lo suyo y a los suyos. O sea, sus privilegios insostenibles y a los del carné. Y no siempre disimulan para taparlo. Es comprensible su dolor. Insolidario, cínico e injustificado, pero asumible. No lo es tanto que líderes caídos de esta marea de inspiración comunistoide como Llamazares vayan diciendo por ahí que Rajoy no quiere oposición ni Parlamento ni sindicatos ni opinión pública; y que si por el Partido Popular fuera tendríamos todavía más manipulación más Policía y más cárcel. Esto no es que sea mentira. Es una insidia y una villanía.

En esta carrera durísima y de fondo que estamos emprendiendo para la recuperación cada vez se ve más nítida y gruesa una raya decisiva. Separa a los compatriotas gracias a los que saldremos de la crisis de aquellos otros cuyo obstinado ruido y cuya intolerable furia sólo conduciría a la derrota y el abismo. Es evidente de qué lado están nuestras hasta ahora amamantadas elites sindicales y cuál es su futuro. Y hay algo que deben saber: prevaleceremos.