Ángela Vallvey

Círculo

La Razón
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Antaño, el círculo social en que nos movíamos era reducido, muy pequeñito. Poco más que las relaciones que daban de sí la familia, el trabajo y el barrio. Hogaño, hasta los sociópatas tienen varios cientos de amigos en Facebook. Ello es debido a que, hoy día, casi todos tenemos un círculo social... virtual. En él pueden contarse amigos de la infancia que creíamos emigrados a las Antípodas, compañeros de colegio con los que no hablamos personalmente desde hace miríadas porque nos acosaban en el recreo y encima son unos cenizos, familiares a los que hace décadas que no vemos pues llevamos eones evitando tropezarnos con ellos incluso en los entierros... Además de varios personajes famosos que nos permiten hacernos la ilusión de llamarles «amigos», y cuyos «community managers» nos obsequian ocasionalmente con algún «me gusta» después de que hayamos lanzado a nuestro ídolo un piropo copiado de una página web uruguaya que recopila requiebros y adulaciones mesoamericanas prehispánicas. Por ejemplo. Antiguamente, se hablaba de los «seis grados de separación», una hipótesis según la cual todos podemos conectar con cualesquiera otra persona a través de una cadena de conocidos que consta de no más de cinco intermediarios. Vamos, que con solo seis vínculos, empezando por alguien que conozca, yo podría vincularme con Trump, verbigracia (si quisiera, que no sé si quiero). Una teoría obsoleta, pues ahora cualquiera tiene a Trump a un solo click, link, o «quelque chose», en Twitter, Instagram o el Sursum Corda.com.

El problema, la sutil apreciación del asunto, está en que nuestro círculo, aunque aparentemente haya ensanchado hasta hacerse inconmensurable, sigue conteniendo la misma parte de verdad, autenticidad y sentimientos reales que antaño, o sea: muy poca. Los contactos virtuales no llegan a ser tan profundos como el que representa un hermano, un amigo sincero y hasta un cuñado. El círculo social virtual parece mucho más eficaz para el insulto, el agravio o el autoenmascaramiento que para el afecto, la camaradería o la lealtad. Es un círculo que semeja hecho para mayor gloria de la teoría sartriana de la mala fe que para redimir a corazones solitarios. Sartre, que ni siquiera tenía Twitter, dejó dicho que el ser humano tiende a renegar de la libertad, mientras encuentra un placer morboso en cosificarse a sí mismo, en comportarse como un objeto inerte. Si viviese ahora, quizá añadiría que nos cosificamos en piedras que adoramos tirar (virtualmente) sobre nuestro propio, solitario tejado.