José María Marco

Cómo defender el sistema

De pronto, la irresistible ascensión de los compañeros politólogos parece haber tropezado con resistencias. Uno de los asuntos en los que tal vez hayan encallado es el de la entrada, o la salida, de Izquierda Unida. No ha sido un asunto limpio, se han mezclado cuestiones personales y además ha empezado a quedar claro que los regeneradores del régimen, aquellos que venían a instaurar una nueva forma de democracia, se atrincheran en la extrema izquierda –institucional, para más señas–. Tanta indignación callejera, tanta ciudadanía participativa, tanto pijoprogre embravecido... para acabar renovando las filas de la oposición republicana a la Monarquía parlamentaria.

El «affaire Monedero», que insinúa una fuente de financiación muy opaca para la nueva organización, así como comportamientos personales no del todo decentes, tampoco ha mejorado las cosas. Sobre todo porque los compañeros politólogos, sin duda por su dedicación profesional a la enseñanza de la Verdad redistributiva, son como nuevos «textos vivos» que hacen gala de un moralismo como hacía mucho tiempo que no se veía en la política española. La retórica y el tono de Pablo Iglesias no se escuchaban, de hecho, desde la era del nacionalcatolicismo, cuando la política era un sermón y los sermones eran la quintaesencia de la política, reducida a un discurso sobre lo que está bien (lo que yo digo) y lo que está mal (en la versión actual, lo que sueles hacer tú, pobre inconsciente al que me digno dirigir la palabra).

Los demás partidos políticos, en particular los dos grandes, andan todavía frotándose las manos. Es natural, aunque quizás se las estén frotando demasiado. La euforia ha sido tan poco disimulada que han dado la impresión de que habían reconocido a uno de los suyos. Convendría que la impresión fuera un poco distinta. No exactamente la de que todos son (o más exactamente, somos) lo mismo, sino más bien la de que unos han puesto en marcha las medidas para que las cosas empiecen a cambiar, mientras que los que vienen hacen las cosas que ya no se van a volver a hacer, aunque se hicieron hasta hace poco tiempo.

La confianza de los ciudadanos no ha salido indemne de la crisis. Y habría que ser capaces de restaurarla en función de los nuevos criterios que la propia crisis ha planteado. Hace falta mayor transparencia, más implicación, formas de comunicación que consigan comprometer a las personas en la decisión política. La confianza se ha deteriorado, pero los dos grandes partidos tienen el deber de demostrar que el sistema no lo está.