José Clemente
Como dos gotas de agua
Las políticas del País Vasco y Cataluña, esas dos comunidades autónomas por las que la Constitución de 1978 incluyó en su artículo 2 del Título Preliminar el término de «nacionalidades», han discurrido, a grandes rasgos, de forma paralela hasta nuestros días, tanto en los aciertos como en los errores, al tiempo que disfrutado de un sistema de descentralización mucho mayor, en algunos aspectos, al contemplado por los estados federados clásicos del mundo occidental, como Estados Unidos o Alemania. Nuestro modelo autonómico no debe envidiar en nada a las naciones federales, excepción hecha del concepto de unidad nacional que tienen esos estados y de la inquebrantable adhesión e identidad con sus símbolos (himno, lengua, bandera, sentido de pertenencia y orgullo patrio), porque en lo relativo a la gestión de las competencias trasferidas a las dos comunidades antes citadas el arquetipo en el que se sustenta nuestra «Ley de Leyes» no admite comparación posible.
Incluso, la propia evolución política, económica y social experimentada estos 34 años de Constitución Española en esos dos territorios presenta grandes similitudes en su desarrollo, al ser las más avanzadas económicamente hablando, las que disfrutan de mejores infraestructuras, las de mayor renta per cápita, PIB, modelo industrial y Estado de Bienestar, pero también, las que presentan errores de gestión muy parecidos, una elevada deuda, una mayor parálisis en su actividad actual, una corrupción política sistematizada y endémica y, sobre todo, una mayor aceleración en la destrucción de la riqueza adquirida a lo largo de todos estos años. Como dos gotas de agua.
Y gran parte de esos males tienes su origen en el incierto devenir político que presentan, cuando plantean una ruptura del modelo de convivencia diseñado en la Constitución de 1978, que sólo logrará empobrecernos aún más a todos. Una clase política abotargada de delirios de grandeza, ensimismada de leyendas mitológicas y hasta las trancas de meter la mano en el erario de los contribuyentes, no ofrece más que ridículos y patéticos espectáculos en el que el centro de atención son ellos mismos y, el fin, gozar de los cánticos y adulaciones de la corte de corifeos que les rodean. Ibarretxe aprovechó la reforma del Estatuto de Gernika para lanzar su conocido órdago del «Plan Ibarretxe», que sólo trajo más violencia al País Vasco después de que se humillara a las víctimas del terrorismo. Aznar le respondió con una ley que castigaba con penas de prisión cualquier consulta soberanista. Y sólo entonces Juan José Ibarretxe prefirió retirarse de la vida política activa. En el Principado pasó algo muy parecido. Iniciada la reforma del Estatut llegó el irresponsable de Zapatero y les dijo que apoyaría cualquier texto que aprobara el Parlament, y, como en el País Vasco, salió un texto soberanista que contemplaba el «derecho a decidir». La jugada maestra la remató Artur Mas, que para nacionalista ya estaba él, y que además contaba con que Zapatero había derogado la ley de Aznar en la que se condenaba cualquier convocatoria soberanista. Y el Estado, contra la pared. Pero el «seny» catalán funcionó afortunadamente para todos, pues la consulta que debía darle la mayoría absoluta para lanzar el órdago definitivo a España se volvió en su contra dejándole a 18 escaños de la mayoría absoluta y con un socio, ERC, que le negaba el pacto de la gobernabilidad que precisaba para consumar la faena de la ruptura.
Si Ibarretxe se fue por pura profilaxis política, Artur Mas debería seguirle por idénticas razones. El Gobierno respira mucho más tranquilo después del resultado electoral del 25-N y porque dan por desactivado el riesgo segregacionista. Consideran que ERC en solitario no se atreverá al más allá y en CiU preparan el relevo de Mas en un plazo de dos años. Pero el Gobierno se equivoca si no teje por su lado otra red que evite repeticiones futuras con Oriol Pujol, y eso se hace legislando contra posibles repeticiones de la jugada dentro de unos pocos años. Y, para empezar, pondría ya sobre la mesa el proyecto de Aznar que Zapatero se cargó y que ha dado pie, además, al hundimiento del PSOE. ¡Que tomen nota!
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