Iñaki Zaragüeta

Confianza

El Tribunal Supremo ha ratificado la confianza, al menos por esta vez, que yo quiero tener en la Justicia española y que ésta, en demasiadas ocasiones, se empeña en defraudar. Me refiero a su decisión de cambiar la sentencia de la Audiencia Nacional por la que absolvía a los participantes en el asedio al Parlament de Cataluña y condenar a siete de ellos a tres años de cárcel por un delito contra las instituciones del Estado.

El Alto Tribunal, además de transferir credibilidad hacia la propia institución, ha implantado la racionalidad imprescindible en Derecho. A nadie que crea en la democracia, le cabe en la cabeza que se puede secuestrar o atacar a la máxima representación popular y quedar impune. Lo sucedido en Barcelona conllevaba una grave afrenta a todos. Por otra parte, continúo sorprendiéndome por las diferencias tan radicales en los estamentos de la Justicia. Me resulta incomprensible, y no es la primera vez que lo expreso, la contradicción en los fallos entre la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo. Como me identifico con este último, tengo que cuestionar la actuación de aquélla y tratar de encontrar una buena razón para ello. Sus miembros no quedan bien parados.

No tiene sentido que unos magistrados legitimen semejante tropelía, como no lo tiene el asalto a las Iglesias –incluyo aquí el de la capilla de la Universidad por la tal Rita Maestre que ahora pretende ser una de las que nos legislen– y que se queden tan anchos. La lección impartida por el Supremo «el ejercicio de la libertad de expresión y el derecho de reunión no pueden operar como elementos neutralizantes de otros derechos y principios indispensables para la vigencia del sistema constitucional» es muy clara. A ver si se la aprenden. Así es la vida.