Francisco Rodríguez Adrados
Corrupción y política
LA RAZÓN quiere saber qué opino yo sobre estos dos temas, que a todos nos llegan a diario. Son más bien, hoy ya, exasperantes. ¿Qué más querríamos sino que el primer tema desapareciera y que el segundo se hiciera más tratable, más humano. Sí, todo hombre puede ser tentado por la corrupción. Pero llevada a ciertos extremos deja de ser comprensible. Cuando comparo lo que cobro yo al mes, claro que ya jubilado, por haber sido durante más de cincuenta años catedrático de una universidad española con lo que perciben ciertas personas por cargos un tanto fantasmáticos, me quedo helado. Por ejemplo, leo en los periódicos que Magdalena Álvarez cobraba al mes 23.000 euros como vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones. Ésa sí que es una inversión (inversión, de verter dentro) y no lo que cobramos los simples mortales, a lo mejor con más merecimientos. Pero no sé si esto es técnicamente corrupción.
¿Y qué me dicen, leo, de lo que dice que ha gastado el señor Mas –bien puesto tiene el nombre–, engrasando a toda clase de organismos para que se sumen con más ganas, siempre más, al magno proyecto de desguazar la Nación española, acabar la «indisoluble unidad» de la Constitución? Su artículo 155, por cierto, me gustaría que lo leyeran quienes podrían aplicarlo y no lo aplican: disolver.
En fin, todo este exceso, corrupción o no, escandaliza a muchos. Uno recuerda a Sócrates cuando paseando por el mercado de Atenas –un mercadillo de pueblo al lado de nuestros Grandes Almacenes– decía aquello de «Hay que ver, de cuántas cosas no necesito». Necesitar tanto es, ciertamente, una enfermedad del alma. Habría que reducir volúmenes –y aumentar, sin duda otros–; tanto exceso hace al hombre inhumano. Y es notable ver cómo partidos como el PP encuentran secretarios como ése. O los demás partidos. O vean lo de los ERE. Claro que todos podemos ser engañados. Pero es demasiado. Pero aquí llega ese otro tema, el de la política. La política que debería librarnos de miserias como ésa, que ha hecho cosas memorables en ese sentido, hasta ha intentado traernos la felicidad. Sin política nada podemos intentar. Es el arma contra la corrupción. Y también el peligro de la corrupción cuando es mal manejada.
La felicidad en la igualdad, la vida simple sin privilegios. Se inventó muchas veces para tal o cual sector, religioso o no. La intentó el budismo, primero en la India, la democracia en Atenas, Platón con su ciudad, el cristianismo en todo el mundo, luego mil veces con movimientos que se titulaban Renacimiento, Ilustración, Revolución... Éxitos y fracasos, sería imposible perseguirlos aquí. La democracia acabó en Atenas en guerra civil, Platón acabó admitiendo melancólicamente que quizá su ciudad ideal sólo existía en el cielo, el budismo daba la felicidad en el nirvana, el cristianismo en los cielos y no en este mundo, la revolución unía altos ideales y crímenes salvajes...
El problema de nuestros días, problema eterno en realidad, es éste: la felicidad en este mundo es de momentos y ocasiones, un sistema político que la segregue para todos como una miel, no se ha inventado, pese a Hegel y a Marx y a los socialistas, los comunistas, los progresistas sin más.
Hace años estuve en Delfos en un Congreso sobre la tragedia griega. Un filósofo alemán, profesor en Berlín, allí presente, podría dar su nombre, nos dijo que con el marxismo la tragedia no existía ya en la vida humana. Luego pasó lo que pasó, a aquel filósofo le quitaron todo salvo quizá su filosofía –y una mujer nada de trágica, o eso parecía, con la que le encontré años después–. Algo se salva a veces.
Han fracasado todas las recetas de la felicidad, al menos de la pública y comunitaria, para la sociedad. Sólo quedan algunos individuos que se engañan a sí mismos con tontísimas y contraproducentes revoluciones. O con transitorias corrupciones. La política debe servir hoy día para esto: para buscar soluciones graduales, razonables. Mucho hicieron los dos grandes partidos, bastante dejaron que hacer. Los socialistas: perdieron las elecciones por errores del anterior gobierno socialista. ¿Por qué no lo han aceptado y se han unido a toda clase de violentos para tratar de así colar que fue derrotado? Esta no aceptación del resultado de las elecciones la repiten cada día: ahora insisten en ello con una campaña para, sin justificación alguna, hacer caer a Rajoy mediante procedimientos antidemocráticos. El PSOE no es ni obrero ni español ni, simplemente, democrático. Es una desgracia para España. El PP, ¿por qué no aprovecharon su victoria para acabar de una vez con el problema de ETA? ¿Por qué abandonaron una gran parte de su programa? ¿Por qué emperrarse en esa LOMCE que no arregla gran cosa, aunque yo la haya apoyado aquí en puntos conflictivos? Pero el proponer una especie de autonomía de los centros es repetir un error ¡y es lamentable que el PP, que apoyó en un momento a las Humanidades, las deje tiradas! Están renegando de sus orígenes. Ni siquiera han permitido que la Sociedad Española de Estudios Clásicos pueda exponer sus iniciativas a los representantes del PP en el Congreso de los Diputados en la tramitación de la LOMCE. Sí a colectivos de ínfima entidad.
En fin, es claro que todos debemos luchar contra la corrupción y contra la política de abandonar nuestros viejos valores.
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