César Vidal

Cospedal

Era el año 2004 y acababa de recibir una invitación para acudir a una comida en la que hablaba el candidato Rajoy. En contra de mis costumbres, decidí acudir y fui a parar a una mesa rebosante de personal del cuerpo diplomático y donde también se hallaba una desconocida que encendía un cigarrillo con otro. Los extranjeros andaban picados por la prosperidad económica que caracterizó a la época Aznar y, sobre todo, por las cifras de empleo. La mujer me llamó la atención por su aplomo, su sensatez y su prudencia. Era un ejemplo típico del político trabajador y competente desconocido por los ciudadanos. Me dijo que se llamaba María Dolores de Cospedal. Salí de aquel almuerzo convencido de que llegaría lejos. No me equivoqué. En los años de ZP, ya dirigiendo yo «La Linterna», pasó más de una vez por mi programa aunque, a decir verdad, con quien se llevaba bien en COPE era con Nacho Villa al que acabaría designando director de la Televisión de Castilla-La Mancha. En esa época, los elogios sobre su persona eran prácticamente generalizados incluyendo a prelados y a miembros del PSOE. Y entonces se convirtió en secretaria general del PP. Que intentó desde el principio cumplir con su deber es algo que me consta porque tuvimos alguna conversación al respecto. La tarea no era fácil. A mí sobre todo me inquietaba la cercanía de algunas personas que podían perjudicarla en el futuro. Pero el tiempo fue pasando, el Gobierno de ZP se fue deteriorando por su rampante incompetencia y el PP ganó las elecciones. Una vez más, Cospedal –que por añadidura era presidenta de Castilla-La Mancha– intentó hacerlo lo mejor posible. Cometido arduo teniendo en cuenta que el Gobierno de Rajoy siguió un camino, especialmente en el área económica, no poco distante de lo prometido. Pero siguió moviéndose con soltura e incluso demostrando no poca habilidad a la hora de negar puestos suplicados –hay que ser so tonto y so malo– a incapaces que pensaban que algo les otorgaría. Y entonces el «caso Bárcenas» se fue de las manos. No voy a entrar en las razones que serían bien retorcidas de explicar, pero así ha sido y difícil resultará que no caiga alguien. A día de hoy, asentado al otro lado del Atlántico, no me atrevería yo a especular con el futuro de Cospedal. Y, sin embargo, no dejo de pensar que sería una gran pérdida que su cabeza acabara en una bandeja para salvar la de otros menos capaces.