Alfredo Menéndez
Cuando hablo de correr
De qué hablo cuando hablo de correr. De superarse, de terminar, de intentarlo, de conseguirlo. De qué hablo cuando hablo de seguridad. De pasar un domingo tranquilo, a veces mágico, con la ciudad volcada en la calle –unos 800.000 espectadores pendientes de cómo ponen un pie delante de otro y otra vez el otro pie delante del que se ha quedado atrás unos 25.000 corredores que se han empeñado, como si tuviera algún sentido, en correr más de 42 kilómetros–. El Mapoma de toda la vida ahora se llama de otra manera, mucho más rockera, pero ni rebautizada cambia el espíritu del qué hablo cuando hablo de correr: el día al año en el que la ciudad hackea a los coches –les hace un Bárcenas– y se pone las zapatillas de correr. Por que de esto va un maratón: de correr.
Correr más que la intransigencia y el sinsentido del terrorismo, correr más que la tragedia que nos ha dejado Boston, correr más que la tristeza de ver que no se respeta ni el máximo esfuerzo que puede hacer un atleta –o sus aspirantes–, que es terminar los 42.195 metros en el tiempo que las piernas de cada uno le permitan. ¿Quieren hacerle un favor a esta ciudad, a sus aspiraciones olímpicas y a la raza humana en general? Apúntense al maratón del domingo 28: aunque no haya corrido en su vida más que detrás del autobús de la EMT. Pero que nadie pueda pensar que nos cambia los planes que tenemos cuando hablamos de correr.
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