Joaquín Marco
Cuba, regalo de Navidad
Todos los comentaristas están de acuerdo en que buena parte de las esperanzas que se depositaron en el actual presidente de EE UU, Barack Obama, se han visto frustradas. En estos momentos, con las Cámaras dominadas por los republicanos, su posición es aún más débil. Pero alguna de las promesas electorales, fruto de su acertado eslogan, «Sí se puede», levantan el vuelo. Obama está viviendo la etapa presidencial que los estadounidenses califican de «pato cojo». Las leyes electorales le impiden otro mandato y, como la mayoría de los anteriores presidentes, desea obtener unas líneas en los futuros libros de historia. La gran reforma sanitaria que impulsó quedó a mitad de camino y los republicanos ya pretenden revisarla. No consiguió tampoco sofocar el incendio en el que se debate el mundo árabe, ni siquiera logró cerrar la prisión de Guantánamo. Pero ha mantenido y acelerado el crecimiento económico y sostenido a EE UU como potencia dominante. La decantación por Asia se ha visto frustrada por una China que proclama en boca de su presidente Xi Jinping: «Asia para los asiáticos». Pero para estas Navidades, el presidente ha querido ofrecer una sorpresa: el fin de la «Guerra Fría», cuyo último exponente se encontraba a pocos kilómetros de Florida. Pero desde hace más de medio siglo, tras la Revolución cubana y la adscripción comunista de Fidel Castro, las relaciones de EE UU y Cuba fueron algo más que tirantes. El bloqueo al que se sometió a la isla ha sido un fracaso, como admitió el propio Obama, que ha servido, además, para que el régimen cubano justificara las penurias de la población. En sendas intervenciones cronometradas, Obama y Raúl Castro anunciaron el inicio de relaciones diplomáticas; es decir, la reapertura de embajadas en Washington y La Habana. Al mismo tiempo agradecieron las gestiones realizadas por El Vaticano y Canadá.
Muchos se preguntaron por qué ahora se producía un acontecimiento que durante años se reclamó desde Naciones Unidas. Obama, buen conocedor de los problemas americanos del sur de EE UU, sabe que parte de los conflictos que se han producido en los últimos años y la disminución de la influencia estadounidense en la región se debe al bloqueo de Cuba, que se entiende, desde la perspectiva de algunos países que se califican como progresistas, como una injerencia en los asuntos internos de Cuba. Abrirse sin renunciar a defender los derechos humanos de los cubanos y sus libertades políticas supone también mejorar la posición moral de EEUU respecto al conjunto de América Latina. En la memoria histórica de muchos países yace el recuerdo de las intervenciones norteamericanas y no sólo de carácter económico. Sin embargo, esta teatral operación no ha sido un «pronto» del presidente Obama. Según se ha conocido posteriormente. Cuba y EE UU llevaban más de un año y medio de conversaciones secretas celebradas en El Vaticano y que ha culminado el Papa Francisco. No es que la Iglesia Católica ejerza ahora una gran influencia en el país, pero el mismo Fidel fue educado en un colegio de jesuitas y el objetivo de la Iglesia es poder lograr en la Cuba de hoy nuevas posiciones en el mundo de la enseñanza y en la vida social. Sin embargo, este regalo navideño es parcial. Difícilmente la cuestión del bloqueo logrará sortear los escollos parlamentarios, por mucho que se empeñe Obama, quien deberá, a través de los recursos presidenciales, ir añadiendo contenidos prácticos a las buenas intenciones. El presidente norteamericano se muestra dispuesto, incluso, a viajar a La Habana y Raúl Castro, cuyo pragmatismo se ha evidenciado una vez más, tampoco dudaría en realizar el viaje a EE UU. Ambos mandatarios saben que han de vencer muchas dificultades. Parte del exilio histórico cubano en Florida ha calificado el hecho como inaceptable. Sin embargo, cabe decir también que los hijos del exilio, ya estadounidenses, se manifiestan menos radicales que sus padres. En contra están también los designados como «Tea Party», la facción más radical de los republicanos, los republicanos moderados y hasta algunos demócratas. Por el contrario, la posible candidata demócrata a la Presidencia, Hillary Clinton, apoyó esta decisión.
Desde La Habana, la reanudación de relaciones se observa positivamente. Creen los cubanos que la nueva situación habrá de beneficiarles. Ya aumentaron en la etapa Obama los visitantes estadounidenses a la isla, pero ahora se espera un incremento de relaciones comerciales y una mayor apertura, que permita ciertas inversiones en un país empobrecido que añora incorporarse al consumo. Buena parte de los cubanos no conocen otro sistema político o económico y se han educado en el odio hacia EE UU, a quienes consideran responsable de sus problemas. Queda mucho por hacer en Cuba, cuyas infraestructuras deben renovarse, así como la incorporación a nuevas tecnologías. Disponen los cubanos, sin embargo, de una buena formación escolar y una sanidad aceptable, y hasta excelente en investigación. Tampoco cabe esperar que los cambios que puede producir la mejor relación con EE UU se deje sentir de inmediato en la población. Pese a que el régimen se manifestó muy estricto y rechazó durante la etapa de Fidel cualquier signo de apertura, su hermano ha ido abriendo la economía cubana a la propiedad privada y el turismo ha permitido el contacto con el exterior. La liberación del empresario Alan Gross, condenado en 2009 por espionaje a 15 años de prisión, fue compensada con la liberación de tres agentes cubanos que permanecían en cárceles estadounidenses, conocidos en Cuba como «los Cinco» y recibidos como héroes. En esta operación, llevada con el máximo secreto por ambas partes, han intervenido además otros mandatarios, como el uruguayo Pepe Mújica. Se han realizado todos los esfuerzos para que el acontecimiento no fuera entendido como la victoria de una de las dos partes sobre la otra. La paciencia y experiencia de la diplomacia vaticana y la necesidad de romper el hielo inútil han propiciado una buena noticia de carácter internacional. Dada la tradicional amistad con el pueblo cubano, España no puede sino alegrarse de esta campanada prenavideña.
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