Ángela Vallvey
Cumbres y ríos
En cuestión de cumbres, Cataluña no disfruta únicamente de los Pirineos –que, todo hay que decirlo, son sobrada excusa para chulearse al respecto–, sino que puede presumir de otras muchas sierras con paisajes de secreta hermosura: Montseny, Montsiá, Montsant, Puigsacalm, Monstserrat, Montnegre, Montsec... Los montes son a Cataluña lo que el agua al río, no podría existir sin ellos. Posee un relieve poderoso entreverado de llanos magníficos (Olot, Urgel, Vich, el Ampurdán donde una vez habitaron los griegos...).
Montserrat ha terminado por convertirse en un símbolo de Cataluña. Como un castillo benedictino, abrupto y eremita, que amase al mundo pero prefiriese mantener con él las distancias. En el santuario se encuentra una rara y preciosa talla románica de la virgen, llamada Moreneta. A mí me gusta porque es un centro de cultura de abolengo antiguo y linajudo. En el siglo XVI poseía una imprenta que estampaba preciosos libros. Quizás de ahí viene la vocación catalana por la edición, que logró convertir en una industria, con la que hizo grande e iluminó al resto de España.
De Cataluña, también me agrada realzar la importancia del mar, y de los ríos. Suelen ser de curso corto –excepto el Ebro, claro– pero fertilizan la tierra y atraviesan regiones evocadoras, industriosas y llenas de vida. El Segre y el Frese fueron testigos de las antiguas lucha de la Reconquista. El Ter, el Noguera, el Llobregat, Fluviá, Cardoner... En cuanto al mar, le ha dado a Cataluña una amplitud de miras que le ha reportado riqueza y esplendor, comercial y cultural.
Mis campiñas favoritas en Cataluña son la Cerdaña, el Valle de Arán (siento debilidad por los valles, siempre estoy yendo o viniendo de alguno), Ribagorza, Ripollés y Pallars. Éste es el viaje que recomendaría hacer al que quiera conocer Cataluña por primera vez. Volverá.
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