Paloma Pedrero

Curarse

Yo me he curado de un cáncer. Tuve suerte y me lo pillaron cuando todavía no se había extendido por el cuerpo. Menos suerte tuve en la cirugía. Ahí me ocurrió lo peor que puede pasar en un cirugía de cáncer de colon por laparoscopia. A las pocas horas de salir del quirófano alguna grapa de las que debía cerrar las dos partes del intestino, se abrió de par en par, y mi cuerpo, salvo los riñones, se infectó enterito. Esta vez el quirófano me acogió a vida o muerte y, aunque parecía que lo segundo pujaba con fuerza, yo nunca pensé que me iba. Al contrario, me iba a quedar sí o sí, tenía cosas esenciales que hacer todavía. Estuve tres semanas de lucha y tormento en el Servicio de Reanimación del hospital, pero volví a ver el sol. Aquella complicación supuso otras tres duras operaciones más y una experiencia que me cambió la vida. Porque, afortunadamente, existe una justicia divina o poética, o llámenla como quieran, y los que vencemos a la muerte empezamos a amar la vida con toda intensidad. Después de sentir que no eres nada, que en cualquier momento desapareces del globo, vivir es un regalazo de Dios. Despertarte, ver la luz, desayunar, darte una ducha, salir a la calle, todo tiene un colorcito de milagro. Y las cosas que antes era un conflicto después son una nimiedad. Nimiedades que los sobrevivientes, tan humanamente desmemoriados, tenemos que recordar cuando pasa un tiempo.

Hay que encontrar al cáncer, la gran epidemia de nuestros días, la solución. Se lleva a demasiada gente que quiere estar aquí, que necesitamos que estén aquí. Con las manos abiertas y el mayor agradecimiento lo esperamos.