María José Navarro

De empresa

La Razón
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Aún no hemos entrado en la semana fatídica antes de las Navidades y ya llevo dos cenas/fiestas/comidas de empresa. Hay algo perverso en ese tipo de quedadas con los compañeros de trabajo: la cosa acaba como en el Cluedo, que cada uno responde a un estereotipo. Si alguien mirase desde la Estación Espacial Internacional y pusiera su atención en una de estas reuniones navideñas entre colegas del curro sabría perfectamente distinguir quiénes son padres jóvenes. Suelen irse pronto, están todavía babeando, quieren a sus mujeres, aún les dura lo que viene siendo y llamándose amor y como no vuelvan pronto les cae la del pulpo y esa noche se levantan a asistir a la prole como hay un Dios. Las mamás jóvenes ni van y todo el mundo lo entiende, así es y así nos han enseñado a que sea. Los casados veteranos y con hijos criaditos vienen como locos a estas reuniones, porque el último día que salieron fue un jueves de hace tres semanas y a sus mujeres aún les dura el mosqueo de la papa con la que llegaron a sus respectivos hogares. Vienen tan entregados que la gasolina se les acaba prontísimo y el entusiasmo les juega una mala pasada. El que aguanta, si es que alguno aguanta y no recibe llamada de casa, va a otro garito donde ya no den de comer y directamente prefiere perderse antes de seguir con los mismos caretos de todos los días. Las casadas maduras ni se toman el chupito. Algo tienen que hacer en un rato, o madrugar o se les va el bus. Los jóvenes se aburren con la cosa intergeneracional y huyen hacia lugares donde aún se ovule con normalidad. Las separadas y separados acuden como si fuera a acabarse el mundo, animosos, profetas de la gran juerga, chisposos, muy juveniles de pronto. A los postres, ya están pidiendo la cuenta. Así que ahí quedamos las solteras, las de siempre, con la misma cara de siempre, y con la sensación de que, para estos simulacros, mejor te habías quedado en el sofá de tu casa. Feliz Navidad, compañeros.