César Vidal
Dejadles matarse (II)
La propuesta de no intervención militar en Irak es controvertida. Permítaseme, pues, que señale a quién beneficiaría una intervención. No a Estados Unidos. Aunque la nación se ha ido recuperando económicamente en el último lustro, el gasto militar de dos guerras perdidas –¿alguien cree que Occidente ha vencido en Irak y Afganistán?– no puede continuarse a riesgo de perjudicar esa recuperación. Tampoco a la Unión Europea que se vería en una situación aún más comprometida. Menos aún a las poblaciones nativas que saben cómo los bombardeos no discriminan y las denominadas bajas colaterales significan centenares de miles de ancianos, mujeres y niños. Menos a Israel que ha dado muestras sobradas de saber defenderse frente a coaliciones poderosas y a quien la inestabilidad daña especialmente. Hasta la fecha, si algo ha quedado claro es que en Libia, la situación es peor que bajo el odioso Qaddafi; que en Siria, todo es más cruento que cuando el tiránico Assad no era cuestionado; que en Irak, han muerto muchos más inocentes que cuando gobernaba el genocida Saddam Hussein y que en Afganistán, los talibán han vuelto a imponer su ley esta vez con las bendiciones aliadas. Las intervenciones de la última década y media sólo han beneficiado a los traficantes de drogas afganos y sus cómplices occidentales; a los islamistas que han encontrado argumentos añadidos contra Occidente y a los empresarios increíblemente corruptos que han amasado gigantescas fortunas con las contratas pagadas por los ciudadanos de Estados Unidos. Ni siquiera necesitamos su petróleo. Europa puede comprarlo a Rusia y Estados Unidos cuenta con fuentes propias que lo convertirán en uno de los mayores exportadores del globo en un bienio, quizá incluso antes. Nunca amarán a Occidente después de ver cómo arrasa poblaciones enteras. Tampoco adoptarán un sistema como la democracia porque carecen de la base social para ello y porque es el sistema de los que han destruido su país. Brindemos refugio a los desplazados –más de dos millones tan sólo a causa de la segunda guerra de Irak, incluidos casi la totalidad de los cristianos de cualquier confesión– y entreguemos ayuda humanitaria. Reforcemos nuestros sistemas de seguridad internos para evitar cualquier posible atentado y vigilemos a los musulmanes que viven entre nosotros, pero dejemos que, como en el Líbano, acaben llegando a acuerdos entre ellos por puro deseo de supervivencia. Una intervención armada sólo multiplicaría las víctimas inocentes aunque –eso es innegable– beneficiaría al crimen organizado y a la corrupción situada a la sombra del poder.
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