Irene Villa

Desconectar para estar

No levanto cabeza, me río solo, no hablo con la gente, me hablan y no pongo atención... ¿Qué tengo doctor? ¡Un iPhone! Este chiste con el que cada vez más personas nos identificamos, refleja a la perfección lo condenadamente dependientes que nos volvemos de esos aparatos que ya no sirven solamente para que estemos localizados. Sólo falta, como también oí un chiste sobre ello, que en los manuales de protocolo digan si el llamado smartphone debe ir a la izquierda o a la derecha del plato. Cierto que son una herramienta maravillosa para muchísimas cosas, facilita gestiones en múltiples ámbitos, nos conecta con quienes están lejos al instante y nos sorprende cada día con nuevas aplicaciones, pero éstas, si bien nacen para facilitarnos la existencia, en muchos casos nos la llega a complicar. Y es que contribuyen a olvidar algo tan esencial, básico y necesario, como es estar. ¿A cuántos grupos de whatsApp le han sumado?, ¿cuánto tiempo aguanta sin mirar la pantalla del teléfono? Hasta nos llegamos a preocupar más por quienes comentan nuestro estado en una de esas redes sociales tan demandadas, que por quienes tenemos al lado. Nos perdemos momentos irrepetibles ensimismados en una pantalla que nos permite compartir noticias, vídeos, pensamientos... Nos abstraemos de la realidad y, aunque en ciertos momentos esto sea incluso terapéutico, cada vez más estudios e informes nos alertan sobre los efectos dañinos del uso del móvil. Por cierto consultarlo antes de dormir o las propias ondas de la conexión WiFi, altera el sueño. Con lo vital que es el descanso, es para pensarlo.