José María Marco
Desconfianza y seguridad
El presidente Obama ha demostrado gran sensatez en algunas cosas. Así es como ha sabido preservar el aparato antiterrorista heredado de su antecesor, George W. Bush. No lo ha logrado sin costes. El más oneroso de ellos puede ser, a estas alturas, la retórica anti-Bush empleada con bastante sectarismo para dibujar una imagen rosada y buenista de la propia actuación. Algunos seguidores y votantes de Obama parecen haber aspirado a una seguridad máxima sin querer enterarse de los costes que esa seguridad conlleva. Uno de esos costes es la intervención de las comunicaciones en un conflicto en el que el enemigo no respeta ninguna regla y se aprovecha del constante flujo de información que caracteriza al mundo de hoy. Es un poco como el uso masivo de los drones: matamos, pero desde lejos y sin que se vea mucho.
Uno de los argumentos utilizados estos días es que la Administración Obama se encontró con monstruos como Guantánamo, que no ha podido desmantelar ni siquiera después de un mandato completo en el poder. En el mismo paquete entraría el caso de la NSA (la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana) y su programa de escuchas masivas. Evidentemente, se han oído voces más sensatas, como la del propio presidente, que ha recordado que el programa cuenta con la aprobación del Congreso. No se trata por tanto de una actuación ilegal, como sí lo fue la utilización del fisco contra los adversarios políticos de Obama, un asunto que suscitó bastante menos escándalo entre quienes ahora se dicen atemorizados por el Gran Hermano estadounidense. En esto, las administraciones norteamericanas han ido encauzando los posibles excesos cometidos después del 11-S en nombre de la seguridad. Quien ha violado la ley, ha recordado el columnista David Ignatius, es Edward Snowden.
Descendiendo a algo más anecdótico, la personalidad, tan moderna, tan desestructurada, del espía reconvertido en superhéroe libertario hace de él una persona –un ciudadano, se dice ahora– idealista, pero decepcionado por un presidente que no ha estado a la altura de su misión... El asunto plantea la dimensión ideológica y vital del obamismo desde una perspectiva fascinante, aunque lo relevante ahora es hasta qué punto todo esto afectará a la seguridad general. Se trata de salvaguardar una política de prevención que está consiguiendo detener la ofensiva terrorista en las democracias liberales con una eficacia notable. En buena medida, Obama puso en peligro la confianza en el Gobierno. Ahora le toca restaurarla. Es posible, de todos modos, que todo esto sea sólo una tormenta de verano.
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