Julián Cabrera

Diada pero diálogo

Cuando Mariano Rajoy llegó a La Moncloa, a nadie se le escapaba que la prioridad máxima de la recuperación económica iba a dejar por un tiempo en la nevera algunas otras cuestiones de calado político. «La economía es lo primero», se nos apuntaba con toda lógica desde el entorno del presidente. Sin embargo, había otra prioridad clara para este Gobierno derivada de la situación política en Cataluña, que se refleja de forma meridiana en una frase del propio Rajoy: «Conmigo al frente del Gobierno no se romperá el país». Ahora, en el ecuador de la legislatura, puede afirmarse que lo que se está haciendo de forma más o menos discreta viene a corroborar esa prioridad.

En una jornada como la de hoy, en la que el órdago soberanista tratará de escenificarse por lo largo y ancho de Cataluña, jugando con los sentimientos colectivos, cobra especial relevancia ese intento del jefe del Gobierno por llevar las aguas al cauce de la normalidad, incluso sabedor de que la posición política de Mas no es precisamente envidiable.

Citemos tres derivadas: la primera, agilizar una ley de consultas que dé forma legal a citas no vinculantes con las urnas; la segunda, demorar una eventual consulta más allá del previsible fracaso del «sí» a la independencia escocesa en su referéndum de 2014, y la tercera, cerrar un marco de financiación que alivie el acogotamiento catalán pero ponga veto a trampas demagógicas.

Rajoy y Mas –que tiene poco de Moisés y menos de Martin L. King– han tendido discretos puentes para volver a la normalidad institucional, pero hay que cruzar los dedos para que esta festiva Diada y sus «cadenas humanas» no se conviertan en un polvorín, porque no van a faltar quienes acudan con la mecha en el bolsillo.