José María Marco
Dios entre nosotros
Cuando llevan ante Jesús a la mujer sorprendida en adulterio, Jesús evita el castigo que le espera recordando a quienes se disponen a matarla los malos actos que ellos mismos han cometido (Jn 7:53-8:11). Luego, cuando levanta la vista y constata que la mujer se ha quedado sola delante de Él, le dice que se vaya, que no peque más, que Él tampoco la condena. Con esta indicación, Jesús se ha colocado al nivel de los demás participantes en la escena, al nivel del ser humano, por tanto. No tendría por qué ser así. Jesús, a diferencia de los demás, no ha cometido ninguna mala acción y está por tanto en condiciones de juzgar a la mujer. La auténtica condición de Jesús, sin embargo, se revela de otra forma: no en el juicio, sino en el hecho de no practicar la prerrogativa que es la suya para asumir la misma condición de quienes han abandonado la escena cuando Jesús lo ha puesto frente a su propia conducta.
La condición humana de Jesús queda revelada en muchos otros pasajes de los Evangelios. Cuando se impacienta e incluso se enfada con los apóstoles, tan tercos. Cuando se compadece de la suerte de una enferma, cuando llora la muerte de un amigo o cuando vuelve a llorar ante Jerusalén, en un lugar en el que hoy se levanta una iglesia, pequeña y muy hermosa. La Pasión otorgará a esta condición su dimensión definitiva, pero antes de llegar ahí, están los años en los que Dios vive como un ser humano entre otros seres humanos, y participa de sus alegrías, sus tristezas, sus afectos y sus emociones.
Se podría decir de sus limitaciones, si no fuera porque el hecho de que Dios ha querido humanizarse introduce una variación en la condición humana. La escena de la mujer perdonada nos da una pista al respecto. Si en la generalidad de las religiones la misericordia es atributo de Dios, el nacimiento de Jesús entre nosotros ha hecho de ella una virtud plenamente humana. No es que estemos más cerca de la condición divina, pero desde los hechos transcurridos hace dos mil años en Galilea y en Judea, sabemos cómo dejar que el Señor actúe a través de nosotros. La escena de la mujer adúltera insinúa, en particular, la forma de abrir paso al perdón, tal vez lo más difícil de todo. Esa humanización de lo humano es lo que celebramos estos días.
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