Restringido
Durmiendo con el bicho
Una de las razones que explican la proclividad musulmana de la izquierda europea –tanto la caviar como la del puño cerrado–, es que percibe el islamismo como una fuerza antisistema y por tanto como un engorro para EE UU, la sociedad de mercado y el vituperado «hombre blanco». Sólo con ese telón de fondo se puede entender que periódicamente bandadas de mujeres de la farándula o la universidad españolas, cuyas costumbres, hábitos, biografías y legítimas libertades las harían candidatas al flagelo o la lapidación en cualquier país islámico, se tomen la molestia de viajar a Gaza, Irak, Cisjordania o cualquier territorio repleto de fieles al profeta Mahoma, para proclamar allí su apoyo al gerifalte de turno y a las tesis y reivindicaciones de los lugareños. Les da y les ha dado igual que el elogiado se llame Yaser, Mahmud, Brigadas de los Mártires de al-Aksa o Almanzor. El único requisito imprescindible es que el homenajeado odie a los norteamericanos, hable pestes de Occidente y amenace a Israel. Y si reivindica la Mezquita de Córdoba y exige que se eche de allí a la Iglesia católica, todavía mejor, como hicieron hace un año y medio Antonio Gala, Galeano, Rosa Aguilar, Mayor Zaragoza y Anguita y acaban de repetir un centenar de «intelectuales».
¿Se imaginan lo que dirían estos genios si mañana, echando mano de la Historia y reivindicando el Gran Templo de Salomón, Netanyahu exigiera a los musulmanes que desalojaran la Explanada de las Mezquitas? ¿O si el Papa se dejara llevar por la nostalgia y de acuerdo con el ruso Putin demandara al Gobierno turco que Santa Sofía vuelva a ser catedral cristiana, como lo fue desde el año 360 al 1453? ¿No les choca la ferocidad con la que se lanzan contra el Pentágono, la OTAN o la UE a la mínima pifia y la reposada equidistancia con la que abordan los atentados terroristas perpetrados al grito de Alá es grande?
Es evidente que el avión ruso cargado de turistas reventó en el aire y dejó desparramados 224 cadáveres sobre la arena del Sinaí, tras la explosión de una bomba introducida en su bodega por facinerosos yihadistas. Ya sabemos que para los fanáticos islámicos, se llamen Daesh, EI o Al Qaeda, no hay inocentes. Da igual que sean turistas, periodistas, cooperantes o misioneros. A diferencia de lo que predican nuestros «progres», los malos no necesitan un motivo para asesinar: lo hacen porque nos odian y aborrecen lo que representamos. Desde España, acomodados en la sociedad del bienestar, sería suicida ignorarlo. Que estén lejos y maten en Egipto o Siria, no significa que hayan dejado de soñar con matar aquí.
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