M. Hernández Sánchez-Barba
El agua en el califato cordobés
El siglo X se considera el momento espectacular y brillante del Califato de Córdoba en el conjunto de la España musulmana. Representa una culminación del poderío árabe por su estabilidad política, enorme desarrollo económico y un prestigio estético inmenso. La instauración del Califato de Córdoba por Abd al-Rahman III el año 929 es celebrado por los cronistas por su extensa cultura, el ansia de saberes que acuciaba su espíritu y lo consistente de su temperamento. El final de la época del Califato se estima en el 1008, año de la muerte del segundo «mayordomo de Palacio» «amirí» Abd al Malik al-Muzaffar; después de una leve curva ascendente se origina una caída vertical del prestigio del islam en Al-Ándalus, el territorio ocupado bajo poder musulmán en la Edad Media, convertido en un reino propio, independiente de Bagdad, aunque con la misma religión y criterios políticos y culturales. Córdoba independiente era una réplica casi exacta del Califato de Oriente. El califa, tanto en el Alcázar cordobés como en el fastuoso palacio de Medinat al-Zahra, imponía una severa etiqueta, recepciones y jerarquización de actividades, según un riguroso protocolo que era un signo mayestático del poder califal que irradiaba económicamente hasta las más apartadas regiones del norte de Europa.
Fueron muchas, variadas e importantes las novedades que esta cultura predominante representó en todos los órdenes técnicos, junto a un exquisito patrimonio artístico, en la vida cotidiana, por una parte, y en la alta cultura filosófica, médica, literaria y musical, por otra. Es de destacar la especialísima importancia que, como signo de altura aristocrática de la vida, concedieron al agua. La tuvo como bien más preciado de la realidad natural en toda la cultura del islam, de modo especial y muy particular en la región de Al-Ándalus. El Corán la destaca como principio más importante del Universo. Dios «es quien ha creado los cielos y la tierra en seis días, teniendo su trono en el agua»; todo ser viviente nace del agua, de modo que es un elemento en el que se pone de manifiesto la omnipotencia divina; puede hacer de la tierra un oasis o un desierto. El agua forma una parte consustancial con el Paraíso, en el que circulan ríos de agua, leche, vino y miel que riegan todo tipo de frutales.
El agua tiene una presencia importantísima en todo la cultura del islam, tanto en la estructura religiosa como en la vida cotidiana, la economía agraria, la estética de los jardines, las huertas del interior urbano y las «almunias» en torno a las ciudades y, desde luego, en la higiene y la medicina, que tanto impulso innovador y adelanto científico alcanzó en la Córdoba califal. En las alquerías el riego tuvo una especial actividad en constante innovación. Los alrededores de las ciudades, como es notorio en Granada, los jardines, que reciben el nombre de cármenes, eran en realidad viviendas con función de «segunda residencia», habitadas en épocas climáticamente favorables, o bien por prescripción médica, provistas con jardín o huertas, con plantaciones de secano y, sobre todo, de frutales. Escritores árabes del siglo XIV describen estos poéticos cármenes e insisten en cómo estaban recorridos por acequias con agua para el riego e, incluso, con albercas que guardaban el agua para regadío y en los tiempos calurosos, para el baño y la natación prescrita como el ejercicio más saludable.
El uso del agua aparece codificado jurídicamente desde los siglos VIII y IX, siguiendo líneas de derecho local respecto al uso del agua. Tales preceptos insistían en la regulación del caudal del agua, de la conducción y uso. La propiedad es común y, por tanto, es absolutamente necesaria la regulación por la normativa jurídica de que el uso no represente abusos. Las leyes, para conseguir que el beneficio pueda repartirse para todos, tratan de no conceder propiedad individual de aguas, pues ello podría acarrear posiciones injustas. Sin embargo, si en los sistemas hidráulicos hubiese que practicar obras como pozos, fuentes, aljibes, se podía otorgar propiedad particular o individual, si bien siempre limitada por la obligación de dar de beber a personas o animales que lo necesitasen.
En el siglo XII, Pedro, el venerable abad de Cluny, hizo que se efectuase la primera traducción latina del Corán, por el inglés Robert de Ketton. La absorción de la historia del islam por el orientalismo de finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX incluyó también la importantísima escuela arabista, con personalidades científicas de relevancia, como Codera, Asín Palacios, Gómez Moreno, González Palencia o García Gómez como los más destacados. Generaciones de especialistas universitarios, como la profesora de la Universidad de Granada Carmen Trillo San José. Ellos constituyen el aval que, con respecto al tema del agua, atraerá la atención a los siglos medievales de la sociedad cristiana occidental.
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