Cristina López Schlichting
El «ansia viva» y el puro de Rajoy
Tiempo, el presidente ha ganado tiempo, que no hay cosa en el mundo que pueda gustarle más ni que sepa manejar mejor. Al otro le pudieron las prisas del novato, el «ansia viva», que diría mi genial José Mota. Sólo se manejaban dos escenarios posibles: Rajoy perdiendo en el Congreso una investidura imposible o Rajoy dimitiendo y pasando el testigo. Y no hizo ni una ni otra cosa, se limitó a ponerse de perfil, como Antonio Bienvenida: «Me quito por ahora, que no tengo los apoyos todavía», dio las buenas noches a los periodistas y se fue a casa. En el mismo instante en que Viri le preparaba la leche y el gorro de dormir, empezaba para Pedro Sánchez una noche de pesadilla, susto, llamadas, rumores. La pelota, clavada en su tejado, rezaba: «Pablo Iglesias, vicepresidente». El líder socialista se había apresurado a acudir a Moncloa, tras las elecciones, con el solo bagaje de un rápido corte de mangas. Se lanzó él solito en brazos de su peligroso antagonista, que el viernes daba una rueda de prensa alucinógena, con burlas incluidas. Como dijo Guerra, ¿cómo vas a gobernar con quien te ataca? Pablo le dijo al pobre Pedro que le diese las gracias por salir presidente por una «sonrisa del destino» y se autoproclamó vicepresidente. Pedro de califa, Pablo de visir, ministerios plurinacionales, negociaciones con cámara de televisión, derecho a decidir para Cataluña y País Vasco... Sólo le faltó pedir la cabra de la Legión. Y hubo chulerías para todos: las «élites viejas», el poco lúcido Margallo, el beatorro Jorge Fernández Díaz, la insensata parte del PSOE que no le «ajunta» y hasta para mi amiga, la periodista Ana Romero, de «El Español», que pasaba por allí con su abrigo de pieles y a la que casi arrolla. Claro, después de semejante espectáculo, a Sánchez le llegan avisos de todas partes: de Felipe González, Guerra, Rubalcaba, los barones, Susana Díaz y una montonera de votantes históricos (que no histéricos) negros –con razón– por los salivazos de Podemos. El viernes, Pedro Sánchez se veía presidente, hoy domingo es apenas un esbirro del nuevo partido de ultra izquierda. Acorralado entre éste y la sensatez del PSOE histórico, aparece en lontananza la opción que menos le interesa personalmente, otras elecciones. Tan chulesca fue la puesta en escena de Pablo Iglesias tras ver al Rey, tan insolentes sus exigencias, que más de uno y una, bragados en política, explican que la escena estaba precisamente pensada para provocar y no para pactar. Para empujar a nuevos comicios, que a Podemos sí le convienen. Se han juntado el hambre y las ganas de comer. La prisa torpe de Pedro y la frenética cabalgada de Pablo hacia el poder, con el manual de la lucha de clases bajo el brazo. El único que está en calma es el de siempre, Mariano Rajoy, que, al menos la noche del viernes, pudo fumarse un buen puro.
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