Caracas

El ataúd errante

La Razón
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Habría que remontarse a principios del siglo XVI, y al patético recorrido del féretro de Felipe el Hermoso por tierras de Castilla, ordenado por la reina Juana, para encontrar algo parecido al paseo del cadáver de Hugo Chavez, al que sus herederos parecen dispuestos a no dejar reposar en paz. Duró tanto aquel viaje que una de las etapas hubo de prolongarse más de lo habitual, porque la viuda se puso de parto. No parece que haya peligro de ello, menos mal, pero existe una gran curiosidad por conocer la fecha en que, por fin, se dará sepultura al muerto, y si se saltarán o no se saltarán la Constitución, pecata minuta, porque el fallecido ya se la saltó en ocasiones anteriores y no creo que quienes se consideran sus herederos legítimos pretendan ser menos.

No obstante, creo que esto se va a prolongar en el tiempo debido a que asistimos a la primera contienda electoral en la que el principal candidato es un difunto. Como las leyes electorales, al menos hasta ahora, prohíben que los cadáveres sean admitidos por las juntas electorales correspondientes, en representación del muerto se presenta Nicolás Maduro, curioso personaje que de conductor del metro de Caracas ha pasado a conducir el país, saltándose la Constitución, porque la presidencia del país tenía que haberla ejercido el presidente de la Asamblea. Claro que cuando se está transmigrando la revolución del muerto a los vivos, no va a andar nadie, sino los contrarrevolucionarios, con tiquismiquis de reglamentos.

De todas formas, no es la primera vez que los fallecidos intervienen en unas elecciones generales: en las elecciones argentinas de 2011, que revalidaron en la presidencia a Cristina Fernández de Kirchner, la presidenta informaba a sus electores de las conversaciones que mantenía con Néstor, su esposo fallecido, y, en ocasiones, incluso no se guardaba los mensajes del muerto, sino que hacía partícipes del contenido a sus oyentes y televidentes. Logró el resultado más espectacular en unas elecciones argentinas desde 1983, con más del 54% de los votos. Es decir, que los muertos en América intervienen de forma exitosa en política.

Hasta ahora Nicolás Maduro parece que no habla con Hugo Chávez con la fluidez con la que la presidenta argentina lo hace con el señor Kirchner, pero lo interpreta. Algunas medidas que tomó Maduro, cuando el agonizante no movía ni los párpados y no podía hablar, aseguró que las había dictado el propio Chávez, o sea, que también existen enigmas de ultratumba ante los que no tenemos más remedio que rendirnos. Y, por si fuera poco, don Nicolás –aunque a lo peor denominarle don Nicolás resulta poco revolucionario– ya ha declarado que la elección del nuevo Papa es un signo de que Hugo Chávez ha influido desde el cielo para que fuera un suramericano. No vamos a dudar de la influencia de Chávez en el cielo, pero nos preocupa la que pueda tener en las tierras venezolanas, porque si prosigue su desastrosa política económica, esta vez a cargo de Maduro, muchos venezolanos irán pronto a reunirse con su caudillo, porque la indigencia y la miseria ya se sabe que acortan las expectativas de vida.