Alfonso Merlos
El burlador de Sevilla
El ausente. El que todas las clamorosas advertencias sobre el gigantesco fraude ignoraba. El ajeno a todo lo que se cocía por parte de unos mangantes que expoliaron las arcas públicas, al parecer, de casualidad. Así ha comparecido Griñán. Con formidable retraso tras usar el Senado como burladero. Tendrá que dirimirse si engañando al sistema de justicia y a la opinión pública; incluso si burlándose de las víctimas de esta olímpica corrupción, o sea, de todos los españoles.
No olvidamos. Al contrario. Recordamos cómo el predecesor de Susana Díaz –y la ahora lideresa nacional socialista– denunciaban a una juez Alaya que enturbiaba la imagen del Gobierno andaluz, y que estableció una causa general contra los dirigentes de la Junta, y que avanzó en un proceso de corte inquisitorial (¡por supuesto con fines partidistas!). ¡¿Y ahora qué?!
Pues ahora estamos en lo presumible. Si hemos llegado a este punto de la investigación ha sido no gracias a las denuncias y la diligencia y la proactividad de los jerarcas del PSOE para limpiar a los chorizos de sus filas y ponerlos en su sitio, sino a pesar de ellos. Demasiados detalles insignificantes. Escasísimas explicaciones convincentes. Algunos elementos del relato de este desfalco absolutamente inverosímiles. Y no mucho más.
Se podrá probar que Griñán fue cómplice o encubridor o propiciador de un plan maestro para saquear a los más débiles de sus conciudadanos; o quizá sólo que fue un incompetente que vio a cuadrillas enteras de ladrones pasar por la puerta de su consejería sin enterarse. Uno u otro, los hechos son de una gravedad extrema. Retratan y degradan a una forma de gobernar que no ha traído a Andalucía sino ruina, disgustos y miseria (salvo para una pequeña casta).
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