José Antonio Álvarez Gundín
El cajero siempre cuenta dos veces
Llevar doble contabilidad es como llevar doble vida y siempre termina mal. Llega un momento en que las cuentas se mezclan, los números saltan de casilla y los secretos cambian de almohada. Durante años, Bárcenas fue el hombre que cortaba el bacalao, el contable minucioso al que acudían obsequiosos compañeros de partido, proveedores de toda laya y patricios en busca de indulgencias. Trabajó con rigor y solvencia, dentro de una legalidad lo bastante holgada como para sentirse cómodo sin violar la Ley. Unos le cortejaban, los demás le temían. Casi todos le odiaban. Pero no era culpable, sólo antipático.
Aunque hoy puedan resultar escandalosas o muy malolientes aquellas prácticas financieras, entonces eran de curso corriente en todos los partidos, también en el desmemoriado PSOE, en CiU, en PNV y hasta en los sindicatos, gracias a las cuales pagaban sus campañas, completaban salarios y hacían frente a los imprevistos. Nadie está libre de pecado; menos que nadie, los que ahora sobreactúan escandalizados. En la España del pelotazo, Bárcenas no era más que un alumno aventajado, un chico listo que descifró con rapidez el poder de los números y los números del poder. Una combinación lisérgica cuyos vapores disparan la ambición y alimentan las quimeras. Hay que ser muy honrado o muy tonto para resistir el hechizo. Amparado tras ese muro de discreción y veladuras que se encierra tras una caja fuerte, el contable espabilado alcanzó a compaginar con pericia las obligaciones laborales con sus negocios privados, en una suerte de desdoblamiento de cuerpo, de alma y de sumas. «Esto es mío, esto es del partido»... porque el cajero siempre cuenta dos veces. Tampoco aquello le hizo más culpable, sólo más antipático y más soberbio. Hasta que traspasó la sutil frontera de la legalidad, según sostiene el juez Ruz. Cuándo sucedió tal cosa, cuándo se produjo la confusión de planos, cuándo empezaron a saltar los números de una casilla a otra como en una contabilidad de garito y cuándo convirtió a su partido en la teta nutricia para él y sus amigos son los enigmas que deberá aclarar su señoría. Pero de momento, lo cierto de esta historia, que lamentablemente James Gandolfini ya no podrá llevar al cine, es que la víctima principal se llama Partido Popular, ejemplo perfecto de cornudo y apaleado. Tal vez merezca ser censurado por su ciega confianza en el tesorero, pero ¿qué partido no fía sus dineros al que considera más íntegro? No conviene olvidar, sin embargo, que el encausado se llama Luis Bárcenas y son sus cuentas y sus negocios particulares los que le han llevado a la cárcel.
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