Marina Castaño
El canon
Para la literatura, por ejemplo, el canon se fue formando desde el siglo XIX hasta el primer tercio del XX por medio de los programas de enseñanza media y de la obra de críticos –más bien diríamos sabios, como don Marcelino Menéndez Pelayo o don Ramón Menéndez Pidal–, y desde finales del siglo pasado hasta nuestros días por las aportaciones de críticos filológicos como Paco Rico o mi muy querido amigo José Manuel Blecua, anterior director de la Real Academia de Lengua.
Pero, ¿quién determina las pautas del canon de la belleza femenina? Muchas mujeres –la mayoría– envidian la delgadez ajena, pero no deja de ser cierto que, en otro tiempo, lo que gustaba era las redondeces, que hoy despreciamos, salvo los fabricantes de ropa mona para gordas; hace no mucho estar fuera de peso significaba también ir fachosa, o ir con túnicas tipo mesa camilla como Demis Roussos o la cantante de Mocedades, con una excepción: la Begum Salima, no la de ahora sino la madre del Aga Khan, que también iba con kaftanes, pero ¡vaya kaftanes! ¡qué elegancia!
Ahora el canon se ha renovado y ya no son las superflacas las que marcan la pauta de lo que debe ser la silueta femenina, lo que gusta a los hombres, vaya, sino que son los cuerpos atléticos y moldeados en el gimnasio los que ellos actualmente prefieren. Lógico, cada vez son más las personas que se decantan por el ejercicio físico como medio más directo para mantenerse en forma, para quemar grasa, calorías, azúcar o colesterol. De hecho –y como anécdota–, suelo caminar por un circuito que le llaman «avenida del colesterol» porque es mucha la gente que por allí transita para una puesta a punto diaria o semanal, ya sea en bicicleta, patines (los más jóvenes), haciendo «running» o simplemente caminando. El canon de la belleza, femenina y masculina ha cambiado, sin caer en las estridencias ni en los excesos de músculos, pero un aspecto atlético es lo que hoy triunfa.
✕
Accede a tu cuenta para comentar