Alfonso Ussía

El coche de Soraya

La Razón
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«Chinchorro» Gandarias fue un personaje genial y querido en el Guecho del último esplendor, decenios de los sesenta y setenta del siglo XX. Un día aparcó su coche en tercera fila para tomar el aperitivo en «Los Tamarises», donde se reunía el todo Neguri y el todo Las Arenas. Advirtió desde la ventana que los municipales le estaban multando, y para impedirlo, abandonó el local y llegó hasta la autoridad sancionadora con ímpetu y decisión. «Chinchorro» no superaba los 155 centímetros de altura. –Señores agentes, si ustedes supieran quién soy, no me multarían–. –¿Quién es usted?–, preguntó uno de los policías; –pues ni más ni menos, soy el marqués de Villaverde de Neguri–. No se libró de la sanción.

A don Ildefonso Fierro, el creador de la gran fortuna, le impusieron una fuerte multa por aparcar en La Gran Vía, a las puertas de la primera sede del Banco Ibérico. Don Ildefonso permanecía en el Banco una hora, y su chófer tenía orden de no mover el Rolls-Royce durante ese tiempo. En los diarios «Pueblo» y «Arriba» se publicaron fotografías del Rolls de don Ildefonso estacionado en lugar prohibido. Fierro no dio su brazo a torcer ni el Alcalde de Madrid, creo que el conde de Mayalde, tampoco. Intervino hasta el ministro de la Gobernación, pero el Alcalde ganó el pulso. Y la multa fue de órdago. En una audiencia, don Ildefonso se quejó al Generalísimo: –Excelencia, me tiene que arreglar lo del coche–. Y Franco se evadió por las ramas. –Los coches los concede Arburúa, Fierro. Llámelo de mi parte–.

A Esperanza Aguirre, siendo presidenta de la Comunidad de Madrid, los agentes de movilidad del Ayuntamiento de Ana Botella, procedieron a sancionarla por aparcar en el «Carril Bus». Siguieron a Esperanza Aguirre hasta su casa, y el PSOE consiguió que el suceso adquiriera protagonismo judicial. Terminó pagando la multa.

Antonio Mingote interpretó como nadie el famoso carril «Sólo Bus» en un dibujo publicado en ABC. El pasillo de un hogar vivido por una familia numerosa. Los niños jugando en el suelo, con coches, barcos y soldados en una estrecha franja del corredor. Y el padre, sin mirarlos, ocupando un ancho carril del pasillo en el que se leía «Sólo Papá».

Y en el «Carril Bus» de la Gran Vía, bautizado últimamente como «Sólo Soraya», han sorprendido al coche de la vicepresidenta del Gobierno, que en compañía de su Jefa de Gabinete, estacionó el automóvil oficial a las puertas de una gran tienda de ropa a buen precio. Permanecieron en el interior del famoso comercio un buen rato, y al abandonar el local con las bolsas pertinentes, se toparon con la expresión lastimera de su chófer y un papelito. «Nos han puesto 200 euros de multa, señora vicepresidenta». El coche de «Chinchorro» era particular. El de don Ildefonso, particular. El de Esperanza Aguirre, particular. El de doña Soraya, el oficial. Existe una gran diferencia de ética y estética. Con el coche oficial no se hacen compritas, porque no está para esos menesteres.

Cuando estaba prohibido el juego en España, y el Consejo de Ministros se celebraba en San Sebastián, algunas mujeres de ministros pasaban a Francia a comprar jabones «Lux» y jugar en el casino de Bellevue en los coches oficiales de sus maridos, con la matrícula PMM. Enterado del mal uso de los coches, el vicepresidente del Gobierno, General Muñoz-Grandes ordenó que los coches oficiales fueran devueltos a Madrid. –Que se muevan en taxi o en autobús–. Y los ministros se quedaron sin coche ministerial por unos días.

Estoy seguro de que Rajoy va a hacer lo mismo con el coche de su vicepresidenta. Quitárselo por unos días, obligarle a que pague la multa, regañar a la Jefa de Gabinete de doña Soraya y exigirle que frecuente el taxi o el autobús en castigo por usar el coche oficial para adquirir pololos o traviesas piezas de lencería. Estoy seguro. Vaya si estoy seguro. ¡Faltaría más!