Julián Cabrera

El ejemplo del Ejército

La simbología y los detalles son extremadamente importantes a la hora de escenificar grandes momentos de Estado. Han pasado unas semanas desde los actos oficiales de la proclamación de Felipe VI y probablemente no todo el mundo reparó en la normalidad de un gesto que se repetía durante la proclamación de Juan Carlos I décadas antes en un contexto político bastante más delicado. Ambos, con el uniforme castrense, con todo su significado.

El recordatorio no debería pasar por alto el contraste entre un monarca proclamado con uniforme militar en unos días en los que se hablaba más de la cuenta de «ruido de sables» y otro, también uniformado, en unos tiempos en los que el ruido militar tiene notas muy distintas, las notas de la institución del Estado que probablemente más y mejor se ha modernizado, especialmente en los últimos treinta años.

Felipe VI es el capitán general de unos ejércitos que se sitúan a la cabeza de la aceptación ciudadana en las encuestas del CIS. Unas Fuerzas Armadas alineadas en la Alianza Atlántica y cuya labor es especialmente ejemplar, tanto en la defensa de la seguridad y las libertades como en su papel de apoyo humanitario, especialmente bajo bandera y casco azul de las Nacionales Unidas.

En un momento en el que una brutal crisis económica ha puesto sobre la mesa el necesario análisis tanto de la dimensión, como de la eficacia, la razón de ser y la modernidad de muchos estamentos y cuerpos del Estado, no está de más recordar que la primera referencia estatal, las Fuerzas Armadas, pasan con nota la prueba del algodón de las últimas décadas. Por ello nada mejor que ver al Rey como referente de las generaciones del futuro con el uniforme de capitán general.