Martín Prieto
El experimento en el aire
Un día antes de las elecciones legislativas en Venezuela, el presidente Nicolás Maduro rebajó su tono chocarrero renunciando a la dicotomía amenazante de entre él y la paz. Una inflación prolongada y secreta de tres dígitos no le permitía alardear, y entró en conocimiento de que conducía su autobús contra un muro de hartazgo social, como así ha sido. La victoriosa Mesa de Unidad Democrática (MUD) ha sido prudente en el festejo. Lilian Tintori, que no es un ama de casa agraviada sino una profesional brillante, ha declarado que no se trata de sacar a Maduro sino de proveer un cambio social, y otro dirigente opositor ha recordado que es fácil unirse para resistir, pero complicado construir un nuevo orden político.
Al régimen le interesaría forzar la salida de Nicolás Maduro sustituyéndole por el actual presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, pero la Constitución sólo lo permite dos años antes de que expire el mandato, que en este caso es en 2019. Una renuncia temprana obliga a elecciones presidenciales en 30 días. Además, Cabello sería la soga en casa del ahorcado. Se retiró de teniente tras el cuartelazo de Hugo Chávez en 1992 y en el chavismo lo ha sido todo, pero su figura está podrida por la corrupción, el narcotráfico y el pago del sicariato a través de Petróleos de Venezuela. Cuenta a su favor con su influencia sobre las Fuerzas Armadas, mimadas económicamente y entretenidas patrióticamente con falsas amenazas en la frontera de la hermana Colombia y con su victoria sobre el opositor Henrique Capriles hace dos años en el Estado de Miranda.
Venezuela sólo ha tenido doce asonadas desde 1835 y eso es poco para el paisaje iberoamericano. El chavismo, sostenido por los militares, no es una opción contemplable. La oposición a este experimento neocomunista ha copado la Asamblea Nacional, pero, unida en lo esencial, alberga muchos matices y criterios. Su arma más poderosa es que tiene suficientes diputados para convocar una Asamblea Constituyente y redactar otra Constitución que cambiara las reglas del juego del bolivarismo. Ese camino de la legalidad consumiría tiempo y podría recrudecer la violencia del sindicato madurista, aunque sería la decisión más civilizada.
Lo que se espera de inmediato es una amnistía para los presos políticos, que puede conceder Maduro en un gesto de reconciliación nacional y apaciguamiento o la propia Asamblea Nacional, que puede aprobar leyes orgánicas.
Pero Venezuela está en el aire mientras no se desentrañe el pensamiento del presidente Maduro y los cuadros cubanos que le asesoran a cambio del petróleo sucio de Maracaibo, que necesita doble refino y se entrega a precio de amigo. Es pronto para que unos y otros muevan ficha, y parece, por ahora, primar la moderación y prudencia.
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