
María José Navarro
El festín
En el municipio de Sada, en A Coruña, el alcalde y los concejales del Ayuntamiento han tenido un gesto hermoso con el pueblo. La corporación decidió un buen día, viendo el nivel de necesidad de muchos de los vecinos, ceder su paga extra de Navidad para ayudar a las sesenta y dos familias más necesitadas. Las posibilidades de gasto eran variadas: calzado para los niños, pago de facturas de luz, agua, hipoteca, alquiler, y hasta dentista, si cuadraba. El montante fundamental iría destinado a alimentos. Las familias recibieron unos vales y los supermercados se comprometían a ajustar luego cuentas de lo demandado. Pasadas las fiestas, se recibieron las facturas. Las listas estaban repletas de productos de primera necesidad, lo que demostraba a las claras el nivel de escasez en la que se encontraban los damnificados de la crisis. Todas, excepto una. Una, grande y libre, y al grito de «a tomar viento», se había gastado el dinero en percebes gallegos medianos, jamón ibérico, langostinos cocidos, latas de anchoa, lomo embuchado y productos de droguería. De inmediato, las crónicas se han apresurado a denunciar el bochornoso comportamiento de esta gente por darse un homenaje gastronómico «propio de la alta sociedad». Varias consideraciones al respecto. Primera: muy mal debe estar la alta sociedad si funciona a base de latas de anchoa, lomo embuchado y langostinos cocidos. Segunda: entiendo que el gasto de esta familia suene a fraude, a picaresca nacional porque, aunque sea simpático, demuestra pocas luces. Y tercero y último: pedir la cuenta de lo que se han llevado del súper queda feo, mucho más el día de Nochebuena, que es cuando se hizo el gasto. A la caridad fiscalizada se le llama préstamo, generosos.
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