Crisis en el PSOE

El futuro del PSOE

La Razón
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Como ha señalado el presidente de la Comisión Gestora, el PSOE está en la encrucijada más difícil de su historia, o al menos de los últimos años. La situación, hay que reconocerlo, es diabólica porque cualquiera que sea la decisión que tome, se dejará muchos pelos en la gatera. Pero hay que decir que a esta situación ha llegado por méritos propios. Desde la utilización miserable de los atentados del 11-M, pasando por el intento permanente de ZP y sus aliados nacionalistas de excluir para siempre al PP de las instituciones con el Pacto del Tinell y el Cordón Sanitario, continuando con la «podemización» del partido y su pérdida de identidad que ha señalado Javier Fernández, hasta el «no es no», ha ido generando una división interna que ha llevado a que algunos territorios como Cataluña cuestionen la disciplina de partido y la unidad nacional con el apoyo de los socialistas de los llamados «países catalanes», así como un alejamiento cada vez mayor de los electores que, ante esas derivas de un partido en el que no se reconocen, han preferido el original de la radicalidad como es Podemos, o la abstención para no participar en el esperpento en que se ha convertido la situación política actual de España. El punto culminante tuvo lugar con el espectáculo que dentro y fuera del Comité Federal dieron unos y otros, y que, con más de once horas de gallinero, terminó con la dimisión de Pedro Sánchez y el nombramiento de una gestora encabezada por el presidente de Asturias.

Aparentemente, el único cambio producido ha sido la salida de Sánchez y sus más leales de la dirección del partido. Pero eso no deja de ser un paso insuficiente para la encrucijada en que se encuentran tanto el PSOE como España. El primero tiene que recuperar su razón de ser, su proyecto, sus señas de identidad propias y su unidad para ser el gran partido de izquierda moderada que necesita España. Y nuestro país necesita salir de la situación de provisionalidad en la que se encuentra con la imposibilidad de articular un gobierno después de dos elecciones generales en torno al partido que ha obtenido la mayoría con cada vez mayor respaldo de los electores.

La elección de Fernández, con todas las limitaciones y dificultades que tiene, es un paso. Sus primeras declaraciones son una esperanza para pensar en una posible salida a los dos problemas: «No quiero elecciones y lo voy a defender en el Comité Federal». «Una abstención no es lo mismo que apoyo». «No es posible ir con independentistas, ni con Podemos y C’s juntos, porque no quieren». «Hay algo peor que un gobierno en minoría de Rajoy y es un gobierno de éste con mayoría». «En política lo que no es posible, es falso». «Investidura, sí, estabilidad, no. Se la tendrán que ganar cada día».

Hacía mucho tiempo que no se oía hablar con tanto sentido y claridad en interés de España y en defensa del PSOE que hemos conocido hace años y que ha gobernado el mayor tiempo en nuestra democracia. Ha añadido que «tenemos que ser nosotros mismos y recuperar nuestra cultura de casi 140 años», distinta a la de los nuevos partidos. «Hay que mirar adelante y tener claro que lo primero es España y la supervivencia del partido».

Esto, como tantas cosas, no es fruto de la casualidad. Fernández, a diferencia de ZP y Sánchez, es un hombre con formación, oficio y experiencia de gestión. No se ha encontrado el poder como una lotería. Es ingeniero de minas y no se afilió al PSOE hasta casi la cuarentena. Ha desempeñado distintos cargos de responsabilidad en la gestión pública. Fue director general de Minas del Principado de Asturias y consejero de Industria, y lleva ya dos legislaturas de presidente si tener mayoría absoluta. Conoce bien el paño y lo ha tenido que administrar desde distintas responsabilidades. Y tiene claro qué es el PSOE, lo que representa y debe representar, lo que es prioritario para España y los españoles, y lo que significa la democracia.

La situación sigue siendo muy difícil y no se ve clara la solución a la vista de las declaraciones de muchos líderes socialistas persistentes en sus errores, en su división interna y en su afán excluyente del PP. Es comprensible y legítimo que el PP piense e incluso considere la oportunidad de castigar electoralmente a sus adversarios, y de forzar concesiones para la estabilidad del gobierno que pueda formar, pero además de la incertidumbre que unas nuevas elecciones plantean por mucho que las encuestas le sean cada vez más favorables, existe el riesgo de que el PSOE profundice en sus errores, en su división y en los problemas más graves que acucian a España, como la unidad territorial, entregando la izquierda a la radicalidad de Podemos y sus Mareas, y desperdiciar una oportunidad de recuperar un PSOE con conciencia de Estado. Sin olvidar que la volatilidad e indefinición demostrada por C’s puede ser un problema igual a posteriori.