Cargando...

Francisco Rodríguez Adrados

El inquisidor y la Princesa

El inquisidor inquiere –vean el Diccionario– y la princesa es inquirida: más de 400 preguntas. Se la acusa de delito fiscal –aunque parece que es muy poco claro todo lo de esos posibles delitos, dice Hernández Mancha el día 8 en ABC–. En todo caso, el juez no ha decidido todavía. Lo hará en abril, dicen. ¡Qué crueldad! Pero ahí tienen el espectáculo, que parece lo importante. La Infanta hace el paseíllo y contesta impasible durante seis horas (la procesión irá por dentro), el juez con su moto, él y el fiscal adverso guardan las formas, trescientas personas que van allí como quien va al circo, el Estado tira el dinero en policía y helicóptero. Y luego las televisiones, los periódicos. Y algo más: el fondo de la cosa.

El fondo de la cosa no es judicial, sino político. Porque la Infanta dice que ella en asuntos de dinero no inquiría a su marido. Yo de derecho fiscal penal no entiendo, la verdad. Pero puedo decir que jamás de la vida, que dicen en francés, me inquirió mi mujer sobre cuestiones de dinero. Es lo normal. Y, eso sí, de historia de la democracia sé bastante, he escrito libros y todo, pero principalmente de la de Atenas, que parece que es donde se inventó. Y sé muy bien, y lo saben todos, que los juicios de fondo político estaban allí a la orden del día. Como no podían nada contra Pericles, su rey sin corona, se los montaban a sus amigos y a su mujer Aspasia. A Anaxágaras, su filósofo de guardia, le acusaron de haber dicho que el Sol no era un dios, sino un pedrusco no mucho más grande que el Peloponeso (no iba tan descaminado, sólo le fallaban las medidas). A Aspasia, que era, la verdad, bastante progresista, la acusaban de otros pecados. Pericles tuvo que ir a defenderla. En realidad, sólo la peste acabó con Pericles, parece que era inmune a esto de los procesos.

¿Qué tendrán los reyes y sus familiares para que se les escudriñen sus reales o supuestos pecados? Quiero decir, en España, miren más allá de los Pirineos «que nos separan de Francia», decían los libros escolares. Allí los reyes sin corona tienen una inmunidad garantizada. A Alfonso XIII le acusaron de todo, era «Fernando VII y pico», decía Unamuno (a quien yo he admirado mucho, son testigo conferencias mías, pero no en eso). Pero él se dejó derrocar por unas elecciones municipales y un motín militar, no quiso verter sangre.

Bueno, ahí están su nieto y su familia, que tienen prestigio en el mundo, que prestan su imagen a España, que nos evitan más elecciones, más discordias. Y que llevan una vida trabajosa, siempre viajando, siempre dando la cara. Pues ya ven. Que si una alemana, que si un elefante. Y ahora Dª Cristina convertida en espectáculo, ha de pagar pecados ajenos, si es que existen. Pero mantiene su dignidad. Sólo respetan, parece, a Dª Sofía. Un manto casi de santidad la protege. Esto no es ironía. Parece que respetan algo. Menos mal.

Vean, yo no soy monárquico profesional, pero sé ver las cosas, lo que funciona y lo que no, y no juzgar por los que no las ven. ¿Mala vista, ignorancia? Quizá más. Bien, tras Alfonso XIII vino la añorada Segunda República (añorada por muchos). Por los que no habían leído. Mi portera en Salamanca decía aquello que he contado alguna vez: que ahora, sin el dinero que se gastaba el Rey, íbamos todos a vivir muy bien. No había leído nada sobre la primera República, la de 1873-74. Por ejemplo, lo del cantón de Cartagena, la novela de Sender. Iba a vivir, por desgracia suya, no cuento la historia, y la de muchos, la segunda.

Sobre ésta algo he escrito, pero, sobre todo, la viví. Puro follón y desmadre, personas dignas, ciertamente, en el bando republicano, pero todos embrollados en una lucha sin cuartel. Revolución en el 34, separatismos, más y más revolución, al final Guerra Civil, luego Franco y los exiliados, desgracias mil, no voy a contarlas.

Con trabajo y buena disposición comenzó una nueva época, bajo una nueva y vieja monarquía. Pero ahí están, otra vez, manos a la obra los de la bandera republicana, los del follón continuo, los que aprovechan todos los pretextos para hundir lo que se ha ganado en paz y progreso. Tenemos una España en crisis, una vez más. Peligra la unidad nacional. Peligra la monarquía, entre pretextos varios. Ellos, otra vez a la obra, intentan repetir una historia fracasada, la de las Repúblicas una, dos, ¿tercera?

No es que deba haber impunidad para nadie. Pero esas campañas desquiciadas, vistas con perspectiva histórica, la perspectiva de los que han visto, han leído, han vivido, han sufrido, son la imagen y el recuerdo siempre de aquellos tiempos peores que muchos vivimos y que están en la historia (salvo en la que algunos blanquean). Nos aburren y deprimen, es lo menos que puede decirse. Ojalá pasen, ojalá nadie las apoye, ni de mala ni de buena fe. Dañan la imagen de España, la de nosotros los españoles todos. Si es que hay que inquirir algo, ¿por qué no se hace sin espectáculo? Claro que entonces no interesaría.

Cargando...