Joaquín Marco
El laberinto europeo
Las recientes elecciones griegas con el triunfo de Syriza que, aunque se califique de radical, no tiene empacho en pactar con el pequeño partido derechista «Griegos Independientes» (ANEL) con el que comparte su rechazo a los exagerados recortes de la troika, obligan a reflexionar sobre el panorama político europeo. De los griegos clásicos heredamos el concepto de laberinto. Europa camina por su laberinto. Todos los partidos españoles sin excepción han manifestado algo que resulta, por otro lado, evidente: España no es Grecia. Y, tal vez, sólo en un país de políticas tan surrealistas como el nuestro podría acumularse tal cantidad de elecciones en un solo año. Tampoco Syriza es Podemos, aunque lo pretenda, ni siquiera IU, a pesar de que sus raíces parezcan más cercanas, porque, en efecto, procede del Partido Comunista del Exterior, eurocomunista, que acabó disgregándose y que, más tarde, unido a grupos ecologistas se convirtió en Synaspismós. Alexis Tsipras se presentó ya en 2006 como candidato a la alcaldía de Atenas. Existen, pues, en el nuevo Gobierno griego ciertas dosis de pragmatismo, aunque los iniciales actos simbólicos pretendan revelar el distanciamiento entre lo anterior y lo nuevo. Pero los votantes de Syriza se mueven entre el radicalismo infantil y un matizado escepticismo. En su mayor parte son fruto del descalabro de la economía, de los valores de Grecia y del exterminio de la clase media. La Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional mostraron de inmediato su rechazo a cualquier tipo de quita, una de las bases del programa del nuevo Gobierno, de la desmesurada e impagable deuda helena. España se alineó junto a Alemania y los países más duros al rechazar tal posibilidad. Habrá negociaciones y pactos que tal vez se prolonguen más allá del 28 de febrero, la primera cita económica a la que deberán enfrentarse las nuevas autoridades. Sin embargo, aunque es escaso el peso de la economía griega, los grandes países –y en especial Alemania– temen que pudiera producirse un efecto contagio en el resto de la zona Sur.
Pero las sonadas elecciones en Grecia han mostrado también las costuras imperfectas de las formaciones políticas que conforman la Unión Europea y el conjunto de Europa. La dureza de la crisis y sus efectos sociales han reproducido nacionalismos y extremismos de todo signo. Panos Kamenos, actual ministro de Defensa, fundador de Griegos Independientes, procede de Nueva Democracia, de la que se escindió en febrero de 2012 y está lejos de coincidir con sus socios de gobierno. Además de sus posturas xenófobas, su mayor preocupación es la de mantenerse lo más alejado posible de Turquía. Tsipras, al prestar juramento sobre la Constitución, rompía la tradicional ligazón entre la Iglesia ortodoxa y el Estado, lo que le alejaba también de su socio conservador en este sentido. Pero no todos los miembros del Gobierno, formado sólo por hombres, actuaron de igual modo. Algunos comentaristas dudan de la frágil alianza entre actitudes ideológicamente alejadas, aunque exista una especial simpatía entre sus líderes. Pero las elecciones griegas han puesto en alerta a muchos países europeos que observan cómo les brotan, en la oposición, determinadas fuerzas emergentes. Francia, por ejemplo, pese al incremento de la popularidad de Hollande, siente en la nuca el aliento de la extrema derecha lepeniana. Incluso Angela Merkel observa con preocupación el crecimiento de los partidos antieuropeos en Alemania. Se ha levantado, por otra parte, el fantasma del antisemitismo. De hecho, la socialdemocracia europea se encuentra inmersa en una crisis de identidad. La práctica desaparición del partido socialista griego en estas últimas elecciones no es tan sólo el fruto de su colaboración en las políticas y en los recortes de la derecha, aunque algo tendrá que ver con ello. Los signos de la corrupción mancharon los partidos de gobierno. A ellos se debe la crítica situación que han vivido, viven y seguirán viviendo las clases populares.
Cualquier cesión económica a Grecia incrementará el nacionalismo rampante de muchos países de Europa que van más allá del euroescepticismo. Sin embargo, la actual posición del BCE podría suponer en un inmediato futuro cierta política expansionista y, a la vez, limitar o aplazar los problemas de la agobiante deuda griega. Contra los problemas políticos que parecen emerger o hacerse más evidentes, los mercados encajaron el triunfo de esta izquierda con tranquilidad salvo los griegos. De algún modo podría observarse el fenómeno Syriza como otra fórmula que no parece tan alejada de la socialdemocracia. No existe una actitud antieuropea manifiesta, ni se ha planteado, por el momento, abandonar el euro. Pero el cambio político de Atenas no sólo constituye un giro político en una zona simbólica de la Unión, sino la posibilidad de que otra política alternativa pueda ser factible en Europa. Este «Gobierno de salvación nacional», como lo calificó en varias ocasiones Tsipras en su primer discurso, pretende acabar con la austeridad radical. No parece tan extravagante proclamar que su objetivo sea «ni un griego sin ayuda, sin comida, sin electricidad». Bien es verdad que ello supone gastos, se alude incluso a la paralización de la privatización de las compañías eléctricas y de parte del puerto del Pireo, pero también se propone racionalizar los impuestos, acabar con la corrupción y el clientelismo, incrementar el salario mínimo, volver a la Sanidad universal y recuperar a los funcionarios despedidos. Grecia ha sido un campo experimental de la ortodoxia liberal económica. Pero era ya un campo minado y la experiencia muestra cómo este camino ha conducido a un vuelco radical. Grecia es sólo un síntoma. Europa entera ha entrado en un laberinto tras mostrar su escaso crecimiento y el cansancio ante viejas políticas. Observará de reojo la evolución griega. Pero no va a resultarle fácil al vicepresidente del Gobierno, el economista Yanis Dragarakis, llegar a acuerdos con el inmovilismo dominante de la eurozona, ante el temor a nuevas fuerzas emergentes de signos contradictorios.
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