María José Navarro
El límite
Una, que no es muy guapa, ni muy lista, ni muy tipazo, ni de buena familia, ni simpática, ni de Santander, ni sacó buenas notas jamás, no tiene queja de la vida. Soy, así en general, del montón. Del montón de la mitad para abajo. Ah, y en foto pierdo. Es que ni siquiera salgo mona. No pasa nada. Tengo autoestima y me la da mi ginecóloga, que me cuenta que puedo presumir de unos ovarios preciosos. Que es lo que yo me digo a mí misma para mis adentros: ¿No podrías, Diosito, haberme provisto de virtudes estéticas por las que pudiera tirarme el pisto a primera vista? ¿Es necesario que todo lo bello sea por debajo del bisturí? A lo que vamos. Que además soy de Albacete, así que servidora va de humor negro hasta las trancas. No se preocupen Vds. y no sufran, que ya me acepto yo y pongo risa de fondo. Así que he asistido a la polémica de estos días en torno al Twitter famoso de algún concejal del Ayuntamiento de Madrid y creo, humildemente, que estos jóvenes tan dados a citar a chicas amputadas por un coche bomba o asesinadas de manera atroz por desalmados que han sufrido tanto deberían probar esa misma acidez en carnes propias. Por ejemplo, Zapata podría haber bromeado con el 15-M. Hubiera estado francamente bien. No hubiera sido igual de salvaje, pero se agradecería que toda esa bilis más propia del Joker de Batman alguna vez se usara para descojonarse en primera persona. Llama la atención, sin embargo, lo en serio que se toman todos estos ocurrentes. Una paradoja grande como la carpa de un circo. Cómo son, caramba, algunos modernos.
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