Agustín de Grado
El Mesías Mas
Todo en Artur Mas es delirio e impostura para atizar la ignorancia populista en la que cimenta su sedición. Marchó a Israel para identificar la historia del pueblo judío con la del catalán. Ambos víctimas por su derecho a la diferencia. Por ser diferentes, los judíos han sido secularmente perseguidos y despojados de su condición humana. Hubo quien intentó exterminarlos con un programa de aniquilación industrial. Es obvio que ningún catalán resulta perseguido por serlo. Pero Mas está en la tarea de pregonar su nación imaginada urbi et orbe. En su cita con Peres, una frase del presidente israelí («La igualdad de derechos incluye el derecho a ser diferente»), esencia de la libertad individual que permite a un judío no ser nunca más carne de horno crematorio, sirvió al presidente catalán para arrimar el ascua a su falsa sardina: «El derecho a ser diferente incluye el derecho de Cataluña a ser ella misma». Ésta es la impostura. Reclama para Cataluña lo que niega a los catalanes: el derecho a no ser atropellados por el rodillo uniformador. A estudiar en español si lo desean. A rotular su negocio como mejor consideren. En definitiva, a no sentirse excluidos en su propia tierra.
Con razón lamentó Mas en el Museo del Holocausto que su proyecto independentista haya sido comparado con el nazismo. Así se banaliza el mal. Pero la máscara democrática de su alzamiento sólo es salvoconducto para ingenuos. «La vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las diferencias y las particularidades», escribe Grossman en «Vida y destino». Eso es el totalitarismo. Está incubado en ese nacionalismo que cree haber encontrado en Mas a su Mesías.
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