Alfonso Ussía
El montañés
«Para ser respetado como presidente en una gran empresa es necesario trabajar una hora más del que más trabaja». Esa era la norma del montañés. Emilio Botín era hijo de quien presidió y administró con brillantez el Banco de Santander, situado en el octavo lugar de los bancos españoles. Con el montañés de presidente, el Santander se comió al Banco Central, al Banesto y al Hispano-Americano entre otros. Los Botín pasaron de ser los dueños de un gran banco provincial a no alcanzar el uno por ciento del accionariado del «Santander» que se estableció en todos los rincones del mundo. No era el montañés el presidente por imposición de sus acciones, sino por el apoyo que tenía de los fondos de inversión y accionistas del Banco, sus legítimos dueños. El montañés creó durante su vida al frente del «Santander» centenares de miles de puestos de trabajo. Tenía la obsesión universitaria. Creía que una sociedad no podía evolucionar sin universidades de calidad. Y fundó y presidió Universia, la red de universidades mayor del mundo. Decenas de miles de becas. El montañés se convirtió en uno de los empresarios más respetados en los despachos internacionales, pero nunca dejó de ser, ante todo, santanderino. Su muerte ha abierto el dique de los vómitos de los resentidos y los traidores. Hasta en su tierra, que para él era lo primero, se han oído desprecios y agravios. En el mundo, el montañés engrandecía su Banco, se arriesgaba, viajaba sin tregua, parecía formado en acero que jamás se cansaba. Pero en Santander, en la Montaña, el montañés se interesaba por conseguir las cuentas de los ganaderos de diez vacas, de los indianos retornados, de los que hacen aún, rústico y humilde, el pequeño mundo de la Montaña de Cantabria. Santander, la capital, sabe de su generosidad y de su especial amor hacia sus raíces.
El montañés era el Presidente del más importante Banco español. Su labor no era la del padre Ángel. El Presidente de un banco no es otra cosa que el administrador y responsable del dinero de los accionistas y los inversores. Pero los que le niegan al montañés generosidad con los humildes, no lo han conocido. Era del norte. Podía resultar seco. Hacía trabajar a los suyos a su ritmo. Se volcó con la Fórmula-1 y el rojo del «Santander» se fundió con el de Ferrari. Pero igualmente se volcó ayudando de manera fundamental los deportes de su tierra, fundamentalmente los bolos montañeses, devolviendo el interés a los corros y plazas de la vieja Montaña. Era millonario cuando nació, y en lugar de rascarse la barriga –caricia legítima–, multiplicó por cien lo que había recibido y por mil los beneficios de quienes trabajaron para él. Hoy, con el impacto de su muerte repentina, han surgido los cobardes que insultan a los que no pueden defenderse. Trabajó durante decenios dieciocho horas cada día. Dormir se le antojaba una pérdida de tiempo. Representó la imaginación y el empuje de España en todos los ámbitos, y supo conservar en el funcionamiento del Banco la amabilidad y el buen trato de la banca añeja. Cuando volvía a Santander después de un largo viaje, jugaba al golf en Pedreña a las siete de la mañana, y consultaba con sus más allegados ideas y logros. Los directores territoriales del Santander en Cantabria –Eutiquio Fomperosa, Carlos Hazas–, saben lo que escribo. Tenían con el montañés la doble responsabilidad de la gestión y de su tierra. Y la incomensurable labor cultural, con la música de protagonista, desarrollada por su mujer, Paloma O'Shea, no podría haberse llevado a cabo sin el apoyo continuo del montañés.
El desarrollo industrial, social y económico de La Montaña fue su obsesión. También el mantenimiento de su belleza natural. Muchos escribirán del gran banquero español fallecido de golpe. Yo me quedo con el recuerdo y la memoria del generoso montañés que tanto hizo por su pequeño mundo. Y olvido los desprecios, que por venir de quienes vienen, engrandecen aún más su figura.
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