Alfonso Merlos
El odio y la chusma
La sinrazón, el fanatismo, el sectarismo, la zafiedad, la indignidad... lo peor de la naturaleza humana está quedando retratado, de frente y de perfil, en horas críticas para una política que ha demostrado ser de lo más entregado y eficaz que hay en este país; y que, aunque a parte de esta morralla se le haya olvidado, o aunque parte de esta chusma jamás lo haya considerado, es, por encima de todo, persona. Y se la está jugando en lo más importante, en lo primero: en la defensa de su vida.
Todo cuanto ha acaecido en las últimas horas es tan detestable, repugnante y reprobable como previsible. Sencillamente, quienes han jaleado, azuzado y destilado de forma compulsiva veneno y mentiras durante meses y meses están poniendo la guinda a su putrefacto pastel. Dicho de otra forma, estamos ante la culminación de una coreografía vomitiva, coactiva y antidemocrática ensayada por la izquierda más extrema y los núcleos antisistema más cobardes y cerriles. No hay más.
Cuando aflora sin treguas y sin tabúes la violencia o la amenaza sólo hay dos posibilidades para responder: encajarla o combatirla, tragar con ella o rechazarla con la fuerza de la ley y la moral. Y en esa tesitura estamos porque este episodio es bastante más que una anécdota. Es la pura categoría.
Digámoslo sin ambages: hay una minoría desorientada, instalada en la algarada y el oportunismo, en la destrucción y el insulto, que no admite que el Partido Popular gobierne España. Son mercaderes de la miseria. Son traficantes de embustes. Para ellos vale casi todo y casi siempre. Pero tienen enfrente a la mayoría de ciudadanos. Somos millones. Y tenemos el derecho y el deber de doblegar a estos enemigos de la libertad. Y de acabar, ya, con sus ridículas astracanadas.
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