Luis Alejandre
«El otro lado de las cosas»
Así tituló su última obra a modo de autobiografía Maurice Duverger, el profesor, jurista, periodista y politólogo francés fallecido a finales de 2014 a los 97 años. Las cosas no son solamente lo que parecen, sino que hay algo invisible detrás de sus apariencias. Sus teorías más conocidas –y estudiadas en las facultades de Ciencias Políticas– son las que relacionan el sistema electoral que adapta un país –ya sea representación proporcional, sistema mayoritario con dos vueltas o una sola vuelta– con la formación y estructura de los partidos políticos resultantes.
A la necesaria vida política se refiere desde otro continente y otra perspectiva generacional, Michael Ignatieff, un conocido especialista en temas militares modernos como «El honor del Guerrero» o «El mal menor». Canadiense de ascendencia rusa, probó carrera política, tan breve como frustrante como él mismo reconoce, entre 2005 y 2011. Intentó ilusionado renovar el centrista Partido Liberal canadiense del que llegó a ser presidente en 2008, hasta que en las elecciones de 2011 no solo fue derrotado en las urnas sino que perdió su propio escaño. No obstante, analista empedernido, hombre capaz de aprender de sus fracasos, plasmó en un libro, «Fuego y cenizas», sus experiencias, «buscando su otro lado». Con lenguaje positivo se pregunta, como nos preguntamos muchos: ¿para qué voy a entrar en política si se trata de un territorio pantanoso y podrido? Da respuesta Ignatieff huyendo de las generalizaciones y realzando el necesario papel de personas comprometidas con su sociedad. Concluye que los partidos cumplen una función indispensable. Toda sociedad –señala– se compone de una gran cantidad de grupos con intereses y propósitos dispares, de manera que los objetivos comunes necesariamente precisan de un instrumento aglutinador, como son las formaciones políticas.
Duverger vivió desde la Sorbona, y lo plasmó en sus conocidos artículos en «Le Monde», la revolución parisina de Mayo del 68. Aquel grito de «¡queremos lo imposible!» parece repetirse hoy en las calles y en los colegios electorales de Grecia y en las redes sociales y calles de nuestra España. Pero al otro lado de esta desbordante avalancha populista, aparece un Tsipras que no necesita siquiera la presencia del jefe de la Iglesia Ortodoxa en su toma de posesión y cuyo primer acto como primer ministro fue visitar el monumento que recuerda la muerte de 200 resistentes, miembros del Partido Comunista heleno. En España reaparece una renovada fe, heredada de aquel FRAP marxista leninista de nuestros años setenta, no se sabe si recauchutada en Caracas, en La Habana o en una conocida factoría mediática nacional. Nos recuerda en estas mismas páginas el maestro Martin Prieto en uno de sus purgatorios, que «el golpismo no se limita a copar el Congreso al estilo Tejero, sino que puede consistir en una demorada, lentísima e inflexible intoxicación de las conciencias, hasta conducirlas a la ruptura con la legalidad».
Al otro lado de un sistema económico que premia los resultados, la eficiencia y el crecimiento por encima de todo, surge hoy la necesidad de preocuparse por las personas, por sus necesidades, el dar importancia a un sistema de valores. Ello entraña incluso un cambio en el concepto de empatía. Ya no se trata de ser capaces de entender los sentimientos de los demás; es necesario el compromiso de comprender y trabajar por el bienestar de las personas como elemento fundamental en la formación de un nuevo sistema económico, que pueda evitar las crisis que periódicamente sufrimos.
Al otro lado de un sentimiento nacionalista catalán, aparecen semillas de odio como las que ha intentado sembrar en un miserable tuit un líder de Solidaridad Catalana a raíz del fallecimiento de Jose Manuel Lara, un hombre que ha hecho por Cataluña y por España algo irrepetible que todos reconocemos. Por supuesto, las gentes de armas sabemos dar importancia a los valores empresariales, a los empujes, a los posicionamientos claros y valientes como los que esgrimió el buen patrón de Planeta. Y me alegra saber que sus contactos con el actual capitán general de Barcelona se mantuvieron hasta el final, con lealtad, sin sombras. Sombras que quisieron buscar rastreadores de basuras políticas, cuando el mismo general asistió a una cena con empresarios y políticos catalanes, encuentros por cierto periódicos y que llevan años realizándose, que alguien interesadamente quiso presentar como conjura secreta. Lo contrario a estas relaciones abiertas y necesarias, sería el «gueto» y el ostracismo y en consecuencia la incapacidad de poder servir a nuestra sociedad.
Por último, al otro lado de unas primaveras árabes que aplaudimos, aparece una yihad que nos sorprende cada día con las mayores muestras de odio y degradación que podíamos imaginar. No cabe mas irracionalidad en cabeza humana que lo perpetrado estos días con un periodista japonés o con un joven piloto jordano. No encuentro más palabras, querido lector, por mucho que intente llegar, como Duverger, al otro lado de las cosas.
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