Roma

El Papa y el presidente

La Razón
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En la vida hay siempre un antes y un después; sucede en nuestras existencias personales y también en los acontecimientos de la historia. Ha habido, por lo tanto, un antes y un después de la visita de Donald Trump al papa Francisco el 24 de mayo. Antes de la entrevista las previsiones eran pesimistas; es más, reinó una gran incertidumbre sobre si iba o no a celebrarse puesto que la Casa Blanca tardaba en solicitarla. La petición, por fin llegó, y fue aceptada. Pero los observadores recordaban que entre los dos personajes había habido un intercambio de juicios poco favorables del uno sobre el otro y, con cierto énfasis, subrayaban la absoluta diferencia entre sus personalidades y sus tomas de posición en temas fundamentales. Por supuesto, nadie auguraba un choque abierto, pero no se descartaba que la chispa pudiera saltar. Por fortuna, no ha sucedido así y la audiencia puede ser calificada como normal o, como han dicho en el Vaticano, «más positiva de lo que en un principio pudiera esperarse». El comunicado oficial calificaba las conversaciones como «cordiales» y subrayaba algunos puntos de convergencia entre la Santa Sede y la actual administración de Washington como por ejemplo «el compromiso común en favor de la vida y de la libertad religiosa y de conciencia» y «la promoción de la paz en el mundo a través de la negociación política y el diálogo interreligioso». Al despedirse de su anfitrión, el presidente Trump le susurró al Papa: «No olvidaré lo que usted me ha dicho» y antes le había prometido leer los documentos que Bergoglio le entregó entre los que destacan la encíclica ecológica «Laudato si» y la «Evangelii gaudium» que es la clave de este pontificado. Si cumple su palabra, pronto tendremos pruebas. Vengamos ahora al después; es obvio que han pasado muy pocos días para que podamos percibir algún cambio en las actitudes presidenciales. De momento, ha hecho un gesto significativo: ha entregado trescientos millones de dólares para combatir el hambre en países africanos como Sudán del Sur y Yemen cuyas poblaciones están al borde de la hecatombe humanitaria. Podría hacer mucho más, desde luego, pero por algo se comienza.