Iglesia Católica

El Papa y Fátima

La Razón
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Con ocasión del breve pero muy intenso viaje de Francisco al santuario mariano de Fátima se ha recrudecido la ola de libros, artículos y comentarios de todo tipo sobre el famoso secreto revelado por la Virgen a los tres pastorcitos. Este argumento ha alimentado desde hace años toda una literatura esotérica, críptica, apocalíptica, intencionalmente profética, cuyo principal objetivo parece ser el ataque a las reformas conciliares causantes de todos los males que afligen a la Iglesia católica. El último «descubrimiento» es el de un cuarto secreto de Fátima que se añadiría a los tres ya conocidos y cuyo origen se explicaría por la existencia de dos versiones del tercer secreto conservadas una en el apartamento pontificio y otra en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hipótesis desmentida ya en el año 2015 por el cardenal Amato que fue secretario del organismo apenas citado. Cuando en junio de 2006 el entonces cardenal Ratzinger presentó el documento de la Congregación de la que era Prefecto sobre «El mensaje de Fátima» afirmó: «Ningún gran misterio ha sido desvelado; el velo del futuro no ha sido desgarrado» y añadió: «En las revelaciones privadas reconocidas por la Iglesia –por lo tanto también la de Fátima– se trata de ayudarnos a comprender los signos de los tiempos y a encontrarles una justa respuesta desde la fe».

Imagino y comprendo la decepción que habrán sufrido los «fatimólogos» al comprobar que Francisco no se ha referido a los secretos en ningún pasaje de sus alocuciones. Y no ha sido una casualidad porque la intención del Papa era centrar la atención de los fieles sobre lo esencial de la figura de María: madre de Dios, madre de la Iglesia, madre de la humanidad sobre todo de la que «llora y gime en este valle de lágrimas». Como afirmó Ratzinger, «lo que queda de válido del mensaje de Fátima es la exhortación a la oración como camino para la ‘‘salvación de las almas’’ y, en el mismo sentido, la llamada a la penitencia y a la conversión». Todo el resto –las revelaciones apocalípticas sobre el fin de mundo o sobre el curso futuro de la historia– son zarandajas a las que no se les debe prestar demasiada atención.