Abel Hernández

El perro Excalibur y Artur Mas

La amenaza cercana del ébola, esa peste negra medieval de la era tecnológica en el mundo de la globalización y de las comunicaciones, que llama al picaporte de nuestra casa, está generando inquietud e indignación. El contagio de la auxiliar de enfermería que atendió al misionero muerto, traído de África, indica que algo no se ha hecho bien. Su peripecia para ser ingresada, cuando aparecieron los síntomas claros de la siniestra enfermedad, revela, cuando menos, una actuación sanitaria chapucera. La actuación primera de la ministra Mato no sirvió para tranquilizar a la gente y convencer a la opinión pública de que había transparencia y que estábamos en buenas manos, sino todo lo contrario. No se tuvo en cuenta que la mejor arma contra una crisis es la información, aunque sea con las imprescindibles cautelas. Toda una cadena de despropósitos en un tema tan sensible, capaz de crear una psicosis colectiva, que no conduce a ninguna parte. Es normal que se exijan responsabilidades. Pero cada cosa a su tiempo. Sobran los intentos de sacar ya aprovechamiento político de la situación. En esto el nuevo líder socialista ha dado muestras de responsabilidad. Lo que importa ahora es acotar bien el riesgo de propagación y conseguir que Teresa Romero supere el difícil trance cuanto antes.

Algunos efectos colaterales de este inquietante asunto, no necesariamente perniciosos, han sido los siguientes: la noticia ha barrido del primer plano el pifostio de Cataluña y hasta lo ha minimizado. Hoy Excalibur, el perro de Teresa, la enfermera enferma, y de su marido, Javier Limón, es más popular en todas las redes sociales del mundo que Artur Mas y Oriol Junqueras juntos. Se ha comprobado que para la gente de la calle la salud es más importante que el dinero y el amor. Esto ya lo vio en el siglo XIII el escritor judeo-español Jafudà Bonsenyor, que escribió: «Consuelo de hombre pobre: vale más salud que dinero». De ahí la importancia de una buena política sanitaria, y España dispone de una magnífica sanidad con excelentes profesionales y servicios. No conviene empeorarla, como denuncian los «batas blancas» o las «batas verdes» sindicalizados, en los últimos tiempos.

Si hay una competencia que debería recuperar del todo el Estado central es ésta. Por lo demás, el alarmante caso de este primer contagio de ébola en Europa sirve para poner a prueba nuestra capacidad de reacción y a la vez demuestra nuestra vulnerabilidad. Sirve, desde luego, para bajar los humos a los que, con el progreso y la revolución científica, instalados en el ateísmo o en un cómodo agnosticismo, se creen dioses poderosos y autosuficientes, que es, a lo largo de la historia humana, la demostración más clara de imbecilidad.