Julián Redondo
El peso del voto caribeño
Al Balón de Oro lo han convertido sus mentores en el espíritu de la contradicción. Lo han maleado decisiones como aquella de subir a los altares en 2001 a Michael Owen, un gran tipo que jamás rozó la excelencia, y dejar en la estacada a Raúl, por aquella época quintaesencia balompédica y elegido por la UEFA en tres temporadas consecutivas mejor delantero de Europa. Lo degradaron aún más cuando Xavi e Iniesta añadieron a los ocho títulos del Barça y a la Eurocopa el Mundial de Suráfrica, donde se puso de manifiesto que el Messi argentino es bastante menos que el Messi azulgrana sin la colaboración del dúo fantástico. Cierto que la pareja catalanomanchega, o sea, española, no encontró en los medios (de información) catalanes el apoyo que día tras día ofrecían a Leo.
El trofeo en cuestión per se despista y hasta es posible que haya descolocado a «Madame» Ribèry, que le tenía reservado lugar destacado en el aparador del salón, espacio al que ha devuelto la réplica de la Torre Eiffel por si la ocurrencia de «Chiquito Blatter de la Calzada» ha sido en realidad una jugada maestra para adjudicárselo a Cristiano Ronaldo.
¿Cuál es el secreto del Balón de Oro? En ocasiones se pensó que cuando votan el seleccionador y el capitán de Antigua y Barbuda, Rolston Williams y George Dublin, respectivamente, al ver sólo resúmenes de los grandes campeonatos, es decir, los goles, es lógico que Messi les llame la atención más que Xavi. Si ese misterio insondable quedara con esta apreciación al descubierto, Cristiano ganaría de calle esta edición y Wahiba –señora de Franck Ribèry– se llevaría un disgusto colosal por culpa de los votos caribeños, entre otros.
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