Ely del Valle

El regalo del miedo

No es la primera vez que escribo sobre el Tribunal de Estrasburgo y su decisión de cortarle las alas a la «doctrina Parot». No es tampoco la primera vez que reconociendo que desde el punto de vista jurídico su sentencia quizá sea defendible, desde el moral es una atrocidad. Hoy, sin embargo, no puedo hablar de leyes ni de procedimientos. Hoy, sabiendo que al chaparrón diario de etarras excarcelados se suma la puesta en libertad de un violador asesino por cuya reinserción los expertos no dan un céntimo, sólo me queda declararme en rebeldía contra un sistema que en nombre de la Justicia antepone los derechos de un monstruo al del resto.

Soy madre, persona y mujer, por ese orden, y nadie me va a convencer de que dejar que asesinos confesos y orgullosos de matar, mutilar y arruinar vidas es lo correcto. Ya puede la Justicia decir lo que quiera. Las leyes no pueden ir en contra del sentido común. Liberar a Pedro Luis Gallego– conocido como el «violador del ascensor»–, al tipo que aparcó el coche bomba del Hipercor y al que torturó a Ortega Lara es lisa y llanamente una bofetada a la moralidad y a la ética.

Nunca la impotencia se nos hizo tan visible, ni el dolor por una decisión que no responde a lo que es de cajón, tan lacerante. Ahí están el Rafita, Bolinaga y otros tantos beneficiarios de una Ley que jamás respetaron, para demostrar que persistir en la equivocación sólo perjudica a quienes ya han sufrido un comportamiento que se puede calificar de todo menos humano. De los vecinos de Gallego nadie se acuerda, a sus víctimas sólo les queda el triste consuelo de revolverse en sus tumbas y a los demás nos regalan el miedo, porque permitir una injusticia significa, como dijo Willy Brand, abrir el camino a todas las demás.